Un fariseo llamado Nicodemo, hombre importante entre los judíos, fue de noche a visitar a Jesús. Le dijo:
– Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios a enseñarnos, porque nadie puede hacer los milagros que tú haces si Dios no está con él.
Jesús le dijo:
– Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le preguntó:
– Pero ¿cómo puede nacer un hombre que ya es viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez dentro de su madre para volver a nacer?
Jesús le contestó:
– Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos es humano; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes si te digo: ‘Tenéis que nacer de nuevo.’ El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu.
Jesús le dice a Nicodemo que debe nacer de nuevo. Nos lo dice a todos. Cada mañana, si nos ponemos en manos del Espíritu, nacemos de nuevo. Los religiosos empezamos el día con la oración y la meditación. Si no se convierte en una rutina, esto nos ayuda a nacer cada día de nuevo. Los seglares deberíais buscar, cada mañana, aunque sólo sean cinco minutos, ese momento para nacer de nuevo. Cada día debemos "ponernos las pilas" espiritualmente. Se nos presenta un día para entregarnos, para amar, para servir a los demás. Cada día debemos nacer de nuevo, nacer en el Espíritu.
"Estos días de Pascua celebramos la resurrección de Jesús. Pero también algo más. En torno a la Pascua, en torno a la muerte y resurrección de Jesús, se produce otro acontecimiento enormemente importante: el nacimiento de la iglesia. Los discípulos de Jesús que habían formado grupo en torno a él y que se habían dispersado cuando llegó el momento de la pasión, se vuelven a reunir. Ahora los convoca una experiencia nueva en su vida. No saben muy bien como expresarlo pero sienten, saben, están convencidos, que Jesús está vivo.
Han sentido su presencia en su Galilea natal, allá donde escucharon por primera vez su voz. No es un fantasma. No da miedo. Más bien les ha hecho sentir lo contrario. Se han sentido vivos, muy vivos. Y han sentido en su corazón el recuerdo vivo de todo lo que pasaron con Jesús. Sus palabras se han hecho nuevas en sus mentes y en sus oídos. Ahora todo tiene sentido. Jesús está vivo. Y ellos ya no son como ovejas perdidas en la noche, asustados y atemorizados, buscando cada uno volver a la seguridad de su pueblo natal.
Se han vuelto a reunir, se han mirado a los ojos unos a otros. Y han visto en los ojos de los otros la confirmación de lo que cada uno ha experimentado: Jesús está vivo. La buena nueva del Reino se convierte ahora en una urgencia como no la habían sentido nunca. Jesús está vivo. Es verdad. Se siente como si hubieran nacido a una nueva vida. No tiene sentido volver a la barca y a las redes, ni al telonio, ni a sus antiguas profesiones. Se siente familia en torno a Jesús. Se reúnen para compartir el pan –como hizo Jesús con ellos tantas veces en su vida y sobre todo en aquella última cena que todos recuerdan– y para hacer memoria de sus palabras y de las historias que les contaba. Ahora lo entienden todo mejor.
Así nació la Iglesia. Un grupo de hombres y mujeres sintieron, conocieron, creyeron que Jesús estaba vivo. Y en torno a ese recuerdo y a esa presencia se constituyó la iglesia, la primera comunidad cristiana.
Es posible que Nicodemo estuviese con ellos. Se acordaría de aquella conversación que tuvo una noche con Jesús. Entonces no entendió lo que significa nacer de nuevo. Ahora era diferente. Como si se le hubiese abierto el entendimiento y el corazón de golpe. Jesús estaba vivo. Sentía la presencia fuerte de su Espíritu. Y sentía que aquel Espíritu era para toda la humanidad. A la vez nació la Iglesia y nació la misión. Fue el primer fruto de la Pascua." (Ciudad Redonda, Fernando Torres cmf.)
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