Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea.
Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo.
Nuestra sociedad está confundida, triste y apagada. Necesita alguien que le realce el sabor y que le dé luz. Jesús quiere que nosotros seamos la sal que devuelva el gusto a esta sociedad. Que dé a las personas sentido para vivir, para avanzar. Jesús quiere que seamos luz. Que ayudemos a los demás a ver a Dios a su alrededor. Luz para ver quién nos necesita. Luz que ilumine las tinieblas que nos envuelven.
Si nosotros somos sosos y obscuridad, no debemos extrañarnos de que las iglesias se vacíen y de que no haya vocaciones. De que la sociedad sea cada vez más egoísta y cerrada en ella misma.
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