martes, 31 de octubre de 2023

GRANDEZA DE LO PEQUEÑO

 


Jesús decía: “¿A qué se parece el reino de Dios y a qué podré compararlo? Es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que crece hasta llegar a ser como un árbol tan grande que las aves anidan entre sus ramas.”
 También dijo Jesús: “¿A qué podré comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para que toda la masa fermente.”

No debemos despreciar lo pequeño ni creer que nuestras pequeñas obras no sirven para nada. Son como el grano de mostaza o la levadura. Esas pequeñas obras contribuyen a construir el Reino. Son las que construyen el Reino.

"Dicen que se puede tener la certeza absoluta de que las semillas que no se plantan nunca florecerán ni darán fruto. Y, con eso, se podría decir con certeza prácticamente absoluta que la masa sin levadura no fermentará, no subirá. Pero resulta que, ni semilla ni levadura se ven, ni llaman la atención. Y por eso, quizá no nos guste mucho ser semilla o levadura enterrada sin aparente pena ni gloria. Es más bonito tener algún brillo. El problema con el brillo es que eventualmente se apaga. Y además, no se ha oído de ningún “brillo” que haya dado fruto, si no ha ido acompañado por lo escondido. Lo bueno de las semillas enterradas y de la levadura amasada es que, al final, resultan ser signos del Reino de Dios.
Pero ser enterrado, y casi peor, ser amasado, es doloroso y algo amargo. Y es que ¡nadie se entera! No hay reconocimiento, ni casi agradecimiento. Nos gustaría más hacer un poco más de ruido. Pero es normal que, para que haya fruto o haya pan, tenga que haber semilla enterrada y levadura amasada. Y eso ocurre en el silencio.
Es la situación de la madre o padre a quien no le gusta cocinar, pero cocina cada día del año para que su familia pueda vivir y crecer. O la de los abuelos que cuidan de los nietos a veces a “caso hecho”. En otro tiempo, habría sido la de los monjes amanuenses que copiaban la Biblia y textos litúrgicos letra a letra y coma a coma. Y es la de cada uno de nosotros cuando decimos una palabra amable, sonreímos a alguien, hacemos un favor sin esperar recompensa, acompañamos a un anciano o enfermo…Como efecto de onda expansiva, esas cosillas enterradas, silenciosas y aparentemente mínimas y sin importancia, van cambiando el día, la vida de otras personas. En el momento, nadie lo aprecia o siquiera se entera. Pero,  a la larga, dan fruto y fruto abundante. Pero exigen esperanza y paciencia. Los frutos no se dan de la noche a la mañana como quizá a veces quisiéramos.
Sí; se puede decir que hay una certeza absoluta de que, sin esas semillas y levadura, las cosas no pueden ir bien. Tres medidas de levadura pueden hacer fermentar toda la masa. Una semilla enterrada puede dar paso al Reino de Dios. “Por vuestros frutos os conocerán”, dice el Señor. Y así, una mujer de Nazaret un día dijo simplemente “hágase”. Abrió la puerta al Reino de Dios y desde ahora la bendecirán todas las generaciones. Si eso no fuera fruto y pan para el mundo, estaríamos todos perdidos. Afortunadamente, por el poder de Dios, lo es.
¿En qué momentos has visto los frutos de una acción escondida y silenciosa, tuya o de alguien cercano?"
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda) 

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