viernes, 28 de junio de 2024

QUEDAR LIMPIO

 

Cuando Jesús bajó del monte, le seguía mucha gente. En esto se le acercó un hombre enfermo de lepra, que se puso de rodillas delante de él y le dijo:
– Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, y dijo:
– Quiero. ¡Queda limpio!
Al momento, el leproso quedó limpio de su enfermedad. Jesús añadió:
– Mira, no se lo digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad.

Un detalle importante de este texto es que Jesús "toca" al leproso. Estos enfermos estaban excluidos de la sociedad judía y su contacto dejaba impuro al que lo tenía y estaba obligado a realizar ceremonias de purificación. Sin embargo Jesús lo toca con la mano y lo cura. Ese leproso me recuerda a las "periferias" de las que habla el Papa Francisco y a su afirmación  de que prefiere una Iglesia enfangada por ir a la periferia, que una Iglesia pura encerrada en si misma. No debemos temer acercarnos al "impuro" si lo hacemos con el espíritu de Jesús, con Amor, para acoger y curar. Quizá nos llevemos la sorpresa de que sea él quien nos pida que lo limpiemos. 

"Hoy el texto evangélico nos plantea un milagro. Jesús cura la lepra a este hombre que se le acerca y que muy humildemente dice a Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Más allá de la respuesta inmediata de Jesús (“¡Quiero, queda limpio!”), hay dos cosas que me sorprenden en este hombre.
La primera es que era muy consciente de su lepra. Podemos pensar que esto no es gran cosa, que la lepra es algo que se ve a primera vista. Es cierto. Pero también podemos dedicar un tiempo a pensar en la inmensa capacidad que tenemos de autoengañarnos y de ocultarnos a nosotros mismos nuestras lepras. Curiosamente, son lepras que los demás, los que nos rodean, ven con mucha facilidad. Aquí se cumple perfectamente aquello que decía Jesús en otro pasaje de que somos capaces de ver perfectamente la paja en el ojo ajeno pero nos cuesta infinito ver la viga en el nuestro.
Una primera consecuencia es que quizá nos convendría un rato de reflexión sobre nosotros mismos –quizá con un espejo delante que nos haga ver nuestra imagen real y no la imagen que nos hemos construido en nuestra mente de nosotros mismos–. Objetivo: tratar de descifrar donde están nuestras lepras, cuáles son, llamarlas por su nombre. Hace falta ser valiente para dar este primer paso. Sólo así podremos plantarnos delante del Señor y pedirle que nos cure. Porque a veces en nuestra oración le pedimos cosas que no tienen mucho sentido. Como dijo Jesús a los Zebedeos que le pedían estar a su lado en el Reino: “No sabéis lo que pedís.”
La segunda cosa que me maravilla de este hombre es que su petición está llena de humildad. Ese “si quieres”, es al mismo tiempo un reconocimiento del poder de Dios manifestado en Jesús y la asunción de que quizá esa lepra forme parte de su vida y que va a tener que aprender a convivir con ella en paz. Porque no somos perfectos. Y porque el primer paso es aceptarnos como somos.
Tendríamos que aprender a añadir, de corazón, ese “si quieres” a todas nuestras oraciones. Y decirle que tanto si nos cura como si no, nos comprometemos a trabajar por el Reino, por la fraternidad, por la justicia, por hacer llegar a todos el amor de Dios. Porque todo eso es mucho más importante que nuestra particular “lepra”."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

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