lunes, 30 de septiembre de 2024

ACOGER A LOS NIÑOS

 

Por aquel entonces, los discípulos se pusieron a discutir quién de ellos sería el más importante. Jesús, al darse cuenta de lo que estaban pensando, tomó a un niño, lo puso junto a él y les dijo:
– El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me envió. Por eso, el más insignificante entre todos vosotros, ese será el más importante.
Juan le dijo:
– Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero como no es de los nuestros se lo hemos prohibido.
Jesús le contestó:
– No se lo prohibáis, porque el que no está contra nosotros está a nuestro favor.


Es un evangelio que siempre hemos meditado los educadores. Ver a Jesús en los niños, en nuestros alumnos. Si realmente lo hubiésemos meditado no habría habido casos de pederastia entre nosotros. 

"Jesús, definitivamente es un subversivo: nos pide cambiar nuestros criterios de valor con el prójimo y poner en primer lugar a los pequeños, porque quien los acoge le acoge a Él. Poner en ellos más amor de obras y de palabras, cuidarlos, escucharlos. También respetarlos porque aún con la buena intención de ayudar pudiera ser que empleásemos con ellos la “condescendencia” del que se cree superior. Todo esto, con frecuencia, resulta escasamente gratificante para nuestra condición humana caída. Como los primeros discípulos sólo podemos hacerlo siguiendo al Señor y abrazando su cruz. Alimentémonos de su palabra con mayor abundancia y encontremos en ella la fuente de vida."
(Virginia Fernández"

domingo, 29 de septiembre de 2024

UNA IGLESIA SIN FRONTERAS

 

 
Juan le dijo:
– Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros.
Jesús contestó:
– No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. El que os dé aunque solo sea un vaso de agua por ser vosotros de Cristo, os aseguro que tendrá su recompensa.
Al que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo arrojaran al mar con una gran piedra de molino atada al cuello. Si tu mano te hace caer en pecado, córtala; es mejor para ti entrar manco en la vida. que con las dos manos ir a parar al infierno, donde el fuego no se puede apagar.
Y si tu pie te hace caer en pecado, córtalo; es mejor para ti entrar cojo en la vida, que con los dos pies ser arrojado al infierno.
Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácalo; es mejor para ti entrar con un solo ojo en el reino de Dios, que con los dos ojos ser arrojado al infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga.

Los cristianos no debemos ser un gueto. No debemos creernos los únicos que conocemos a Dios. El que Ama sigue a Dios. Sólo luchando todos unidos contra la desigualdad, el mal, el dolor, las guerras, la enfermedad, la pobreza...lograremos instaurar el Reino de Dios. Luchando entre nosotros, escandalizamos a los más pequeños. Es amando que nos acercamos todos a Dios. Hemos de luchar por una Iglesia sin fronteras.

"Lo que hoy nos enseña la palabra de Dios es que, en su pueblo, aunque haya cometidos diferentes, no hay monopolios. Nadie tiene la exclusiva del Espíritu, ni la exclusiva de la recta comprensión del evangelio, ni la exclusiva del anuncio del evangelio. Somos un pueblo de profetas. Hemos visto cómo Moisés se alegraba de que el Espíritu de Dios puede hablar a través de los setenta y dos ancianos, y hemos visto a Jesús desaprobando el exclusivismo de los discípulos.
Podemos añadir que Dios puede hacer brotar cosas nuevas incluso a través de los pequeños. De esos pequeños, de los que hablábamos la semana pasada. Pensad en las apariciones de Lourdes. Una niña sin casi educación sirvió de cauce para que se formara lo que ahora es uno de los lugares más importantes de la geografía espiritual de Europa; y algo semejante ha sucedido con los pastorcitos en Fátima. San Benito decía también que el Espíritu puede hablar a través del más joven de los monjes. Y quizá alguno de vosotros deba confesar que ha aprendido de sus hijos pequeños. El Espíritu de Dios está también presente en ellos y a veces se expresa por medio de ellos de una forma increíble, que llega al corazón más que las palabras del cura que nos habla en la homilía o en el confesionario.
No. Dios no quiere que los dones de su Espíritu estén concentrados en sólo dos manos, o en unas pocas manos. Hemos de sentir el legítimo orgullo de que Dios reparte sus dones a manos llenas, a voleo, por todo el inmenso campo de su Iglesia, y no sólo a cuatro privilegiados.
Por eso, porque todos somos testigos y profetas, hay que tener cuidado, y no dejar que nuestra conducta sea motivo de escándalo y, por tanto, de ocasión de caída o de pecado para otros. Sobre todo, si estamos hablando de los que son más débiles en la fe, o no tienen tantos argumentos para adaptarse a situaciones difíciles. Por eso, la afirmación que hemos oído, es mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. No hay que tomarlo al pie de la letra, pero sí entender el sentido, y poner los medios para evitar ese escándalo.
Es que Dios quiere demasiado a los hombres. A todos. Ante ese amor, podemos sentir vértigo. Dios ve todo desde otro punto de vista. Para Él, todos los hombres son hijos suyos, amados, y se pone contento cuando alguno de ellos acoge su don y lo hace vida, aunque sea de forma no ordinaria. Se entristece cuando sus hijos, en vez de ayudarse unos a otros, levantan de nuevo las barreras que Jesús ha venido a derribar.
A veces nos enfadamos por tonterías, pero Jesús nos invita a recordar qué es lo fundamental: el Reino de Dios, y lo que supone de desarrollo de la dignidad de la persona. Ojalá seamos capaces de vivir como Dios quiere, no por miedo al castigo, al fuego eterno y al gusano que roe y no muere, sino porque nos mueve el deseo de ser más como Él, dejando que lo que hacemos y lo que somos esté movido por el amor. El amor lo puede todo, incluso vencer al miedo. Y nos ayuda a trabajar con otros, con los que quieren luchar contra el pecado y la injusticia, sean o no de los nuestros."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 28 de septiembre de 2024

¿LO ENTENDEMOS?

 

Mientras todos seguían asombrados por lo que Jesús había hecho, dijo él a sus discípulos:
– Oíd bien esto y no lo olvidéis: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
Pero ellos no entendían estas palabras, pues Dios no les había permitido entenderlo. Además tenían miedo de pedirle a Jesús que se las explicase.

Jesús vuelve a anunciar su destino y los discípulos siguen sin entenderlo. Para nosotros triunfar es tener fama, dominar, que nos admiren...Para Jesús es la entrega. Es dar la Vida por los demás. Hacer lo que hizo toda su vida: curar, perdonar, anunciar la Palabra y al final, dar su Vida. 
¿Lo hemos entendido nosotros?

"Algo importante está en juego. Lo anuncia Jesús por segunda vez, y previene al auditorio con palabras incitantes: “Meteos bien esto en la cabeza”. Otra vez, el tema de su pasión y muerte. Los jefes religiosos lo van a rechazar y, al fin, lo matarán. Pero siempre apunta a la resurrección, que, sin embargo, estaba aún lejos de su posibilidad de comprensión. El dolor, la muerte, la soledad, la enfermedad son misterios dolorosos, siempre presentes en el camino de los hombres, pero nos cuesta comprender este hecho y, sobre todo, aceptarlo. (Por supuesto, aceptar la cruz de Jesús ha de estar a mil leguas de una espiritualidad victimista o dolorista).
Después de momentos de gloria, como la transfiguración y la curación del muchacho epiléptico, y antes de tomar la decisión de subir a Jerusalén para morir y resucitar, vuelve Jesús sobre el destino que le espera. “Solo ante el peligro” y el destino de ser despreciado y ser ejecutado por sus enemigos, en Jerusalén. La reacción de sus discípulos es desconcertante: no entienden nada, les resultaba un lenguaje oscuro y, apresados por el miedo, no se atreven a preguntarle nada. Siguen agarrados a sus ideas de mesianismos políticos. Pero Jesús es el Mesías de Dios porque es “un ser para la muerte”. Es el Hijo del Hombre, no tanto como juez sino como hombre sufriente. Es el poder y la victoria que se manifiesta en la debilidad.  Es la paradoja de la vida de Jesús: es Rey y es siervo; su victoria se cumple en la cruz de los esclavos; su vida es morir, morir y dar la vida por los que ama.
Para “entender” a Jesús, solo cuenta la fe y el abandono en Dios. Solo la fe descubre que en la cruz está la victoria. Aquellos discípulos que no entendían el lenguaje, tras la muerte de Jesús, dieron su vida por él, entre persecuciones y tormentos. El seguidor de Jesús, medianamente coherente, pasa por la cruz. Es que el mandamiento primero es el amor, y el amor siempre lleva aparejado el dolor, el sacrificio por los otros. Hoy tenemos, como expresión clara, tantos cristianos perseguidos; por ejemplo, en el próximo y medio oriente; y qué valientes responden, cuando llega la cruz. En Occidente, ¿entendemos este lenguaje? Junto a cristianos que responden, como los apóstoles, “te seguiré a dondequiera que vayas”, otros creyentes tienen miedo a seguir a Cristo con todas las consecuencias. Tenemos miedo a “ser diferentes”, a ser otra cosa en el mundo, a anunciar los valores evangélicos, que no son los mundanos. Podemos decir sí o decir no; pero seguir a Jesús es seguir al Crucificado."
(Ciudad Redonda)

viernes, 27 de septiembre de 2024

¿SABEMOS QUIÉN ES JESÚS?


  
Un día estaba Jesús orando, él solo. Luego sus discípulos se le reunieron, y él les preguntó:
– ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
– Unos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros, que uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.
– Y vosotros, ¿quién decís que soy? – les preguntó.
Pedro le respondió:
– El Mesías de Dios.
Pero Jesús les encargó mucho que no se lo dijeran a nadie.
Les decía Jesús:
– El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.

Ayer era Herodes quien se hacía la pregunta. Hoy Jesús se la hace a los discípulos. Pedro responde correctament, pero más adelante vemos que no había entendido nada.
¿Qué responderíamos nosotros a esta pregunta? ¿Verdaderamente sabemos quién es Jesús? Si decimos que le seguimos, que pretendemos imitar su vida, y vamos tras el dinero, el poder, despreciamos al emigrante, olvidamos al enfermo y al pobre...es que seguimos sin saber quién es Jesús.  

"“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.  Han pasado siglos, y sigue resonando esta pregunta de Jesús. Nosotros nos apresuramos a responder con el Credo del catecismo; con las fórmulas acuñadas en los concilios: “Nacido del Padre, antes de todos los siglos”, “Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”, “Bajó del cielo, se encarnó, padeció, fue sepultado y resucitó”, “ Vendrá para juzgar a vivos y muertos”.  Son fórmulas exactas, recitadas con fe en la Iglesia, a través de tantas generaciones, dignas de nuestro estudio y amor. También corremos el riesgo de la rutina, casi infantil, al decirlas en la liturgia. Y nosotros sabemos que el objeto de nuestra fe es él, Jesucristo; no, unas verdades abstractas sobre él.
Saber bien quién es Jesús, para tener fe y confianza en él, es tan importante que Jesús lo sitúa en un momento de oración. En la oración, no caben las ideologías que afloran en las reflexiones y discusiones de los hombres. Es que solo la fe tiene la respuesta sobre la identidad de Jesús. La visión clara es: “El Mesías de Dios”. No un Mesías político y triunfador. En el Antiguo Testamento, el Mesías es Rey, libertador del pueblo en toda opresión. Pero el Mesías Jesús va asociado a su pasión y muerte, a su fracaso de varón de dolores. Este es el verdadero contenido de su mesianismo. Con razón, no les cabía en la cabeza. Por eso, Jesús les prohíbe a los suyos que lo digan a nadie. Este evangelio establece el siguiente recorrido, en cuanto a la identidad de Jesús: La gente lo llama profeta, los apóstoles lo confiesan Mesías de Dios y Jesús se autoproclama Hijo del Hombre. Ya está la respuesta redonda.
Este Mesías no quería títulos o poderes mundanos.  Y los discípulos no lo entendieron. Querían apartarle del camino de la pasión; más bien, pretendían los primeros puestos y estaban lejos de quedarse los últimos y servidores. Hoy, todavía hay entre los seguidores de Jesús mucho lastre de ambiciones de poder, del carrerismo denunciado por los tres últimos Papas, de escalar dignidades, de acaparar títulos, tan lejos del que se humilló hasta la muerte. ¿Qué hacer? Mirar a Jesús, y confesar nuestra fe. Recordamos un ejemplo: “Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es el Maestro y Redentor de los hombres. Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza. Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida. Fue pequeño, pobre, humillado, ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Instituyó el nuevo Reino en el que  los pobres son bienaventurados, en el que todos son hermanos. A vosotros, cristianos, os repito su nombre: Cristo Jesús es el mediador entre el cielo y la tierra, es el Hijo de María. ¡Jesucristo! Recordadlo. Nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra por los siglos de los siglos” (Pablo VI)."
(Ciudad Redonda)

jueves, 26 de septiembre de 2024

CONOCER A JESÚS

 


El rey Herodes oyó hablar de Jesús y de todo lo que hacía. Y no sabía qué pensar, porque unos decían que era Juan, que había resucitado;  otros, que había aparecido el profeta Elías, y otros, que era alguno de los antiguos profetas que había resucitado. Pero Herodes dijo:
– Yo mismo mandé que cortaran la cabeza a Juan. ¿Quién, pues, será este de quien oigo contar tantas cosas?
Por eso Herodes tenía ganas de ver a Jesús.


Herodes se pregunta quién es Jesús. Quiere verlo. Pero, posiblemente sólo es curiosidad. Oye hablar de Él y quiere verlo en persona. Pero solamente por curiosidad; no porque quiera seguirlo. Hoy podemos hacernos la misma pregunta. También queremos conocer a Jesús. Pero nuestro conocimiento sólo tendrá sentido si es para seguirlo. Además Él mismo nos está señalando quién es. "Lo que hiciereis a uno de esos pequeños, a mí me lo hacéis." Jesús se nos está mostrando continuamente, pero no somos capaces de verlo. Nos llega cada día en patera a nuestras cosas. Huye de su casa bombardeada. Sufre en una cama del hospital. Pide limosna a la puerta de la iglesia, o en la calle. ¿De verdad creemos conocerlo? 

"“Tenía ganas de ver a Jesús”, dice el Evangelio de Herodes. Nos recuerda lo de aquellos griegos que le pidieron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”, o de Moisés: “Muéstranos, Señor, la gloria de tu rostro”, o el salmista: “Buscaré, Señor, tu rostro”. Qué buen deseo, ahora corrompido en Herodes, por el recelo y el cotilleo frívolo ante “los milagros” que contaban de Jesús. Se verán las caras en el momento de la Pasión, pero no se saldrá Herodes con sus pretensiones.
El miedo a la fuerza y poder que emanan de la vida misma de los profetas, Juan y Jesús, se apodera del virrey Herodes. Como siempre, el poder mundano pretende utilizar e instrumentalizar, en su provecho, la buena fama de los profetas. Antes, había matado a Juan, para quitarse la pesadilla de la competencia. Este Herodes, distinto del de la muerte de los Inocentes, nació el año cuatro, antes de Jesucristo y murió el año 39 después de Cristo. Abandonó a su mujer para juntarse a Herodías, la mujer de su hermano. Ahora, como antes de la muerte de Jesús, el virrey se empeñaba en calmar su curiosidad con una de esas acciones maravillosas que comentaban del Maestro de Nazaret. Jesús nunca se enfrentó con él, pero se mantuvo firme; incluso, en una ocasión llegó a llamarle “zorro”. La curiosidad de Herodes suscitó el misterio de la identidad de Jesús. Había opiniones para todos los gustos: si era Juan resucitado, o Elías, o alguno de los antiguos profetas. La dificultad venía de la dialéctica entre las esperanzas de un Mesías,  político y grandioso, y la sencillez del profeta de Nazaret. De hecho, no consiguieron acertar con su identidad. Pero Jesús nos ha enseñado dónde reconocerlo.
Hoy, la figura de Jesús sigue moviendo la curiosidad y el interés de muchos. Hace más de dos mil años que una losa cerró la entrada a su sepulcro. La mayoría, entonces,  creyó que todo había acabado para siempre. Y sigue vivo, y removiendo tantas vidas. Tantos han vivido y muerto por amor a él. También ahora sigue la frívola curiosidad, el despiste, el consumismo religioso fácil. El Cristo hippy o guerrillero, el Gospel, el Jesucristo Super Star, el Cristo de la camiseta, émulo del Che Guevara. Por no hablar del Cristo y sus mensajes terribles de ciertas revelaciones y apariciones que tanto furor, mágico y místico, despiertan. Lo tenemos tan fácil… Leamos, ahondemos, oremos el Evangelio; aquí está la fuente viva de la revelación de Dios a los hombres, aquí podemos dibujar exactamente al Cristo enviado por el Padre. Todo tan sencillo en sus parábolas y milagros, en su Muerte y Resurrección. Nos invitamos, pues, sus seguidores a confesarlo, a amarlo, a seguirlo, a imitarlo, a vivir y morir por él."
(Ciudad Redonda)

miércoles, 25 de septiembre de 2024

ANUNCIAR Y CURAR

 


Reunió Jesús a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y sanar enfermedades. Los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos. Les dijo:
– No llevéis nada para el camino: ni bastón ni bolsa ni pan ni dinero ni ropa de repuesto. En cualquier casa donde entréis, quedaos hasta que os vayáis del lugar. Y si en algún pueblo no os quieren recibir, salid de él y sacudíos el polvo de los pies, para que les sirva de advertencia.
Salieron, pues, y fueron por todas las aldeas anunciando la buena noticia y sanando enfermos.

Jesús nos envía a todos. Si somos sus discípulos nos envía a anunciar y a curar. Anunciar dónde podemos encontrar a Dios y cómo amarlo. Curar las heridas de los demás con nuestro amor. Para ello no necesitamos muchas cosas. A veces pensamos que para evangelizar hemos de montar grandes estructuras. Jesús nos manda sin nada. Desprendidos de todo. Su Palabra y el Amor son los verdaderos instrumentos de predicación. Es el ejemplo de una vida sencilla y entregada lo que mostrará el Reino de Dios.

"Es el “leit motiv” de Jesús: anunciar y curar. Anunciar la Buena Noticia y construir el Reino de paz, de justicia, de salud, de felicidad. Comenzó ya en la sinagoga de Nazaret donde Jesús hace suyas las palabras del Profeta: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos”. Precisamente hoy es  la Virgen de la Merced, advocación que es clamor de liberación, mensaje que se hizo carne tantas veces en la historia. Evocamos un grito subversivo del Obispo Casaldáliga: “Solo hay dos cosas absolutas, Dios y el hambre”. Su amigo y protector, Pablo VI, lo formuló en términos más ortodoxos; puso el  absoluto en Jesús y su Reino. Y nosotros lo pedimos en el padrenuestro. “Santificado sea tu nombre, danos el pan de cada día”.
Jesús lo repite tres veces en este texto de seis versículos: “Les dio poder para curar enfermedades… luego les envió a proclamar el Reino y a curar enfermos… fueron de aldea en aldea anunciando el Evangelio y curando en todas partes”. Curiosamente, coloca antes la sanación que el anuncio del Reino; ya sabemos que, en el Evangelio, enfermedad es sinónimo de todo mal, también el psicológico y espiritual. Dios quiere que “el hombre viva bien”. Como que su discurso programático es un discurso de “Bienaventuranzas”. Los discípulos son constituidos en la prolongación de Jesús, continúan su obra y su palabra. Pero no de cualquier manera; el Maestro les indica el estilo. Primero, ligeros de equipaje, como el poeta: “No llevéis nada para el camino”. El apóstol no se instala en los medios sino que mira el fin de su tarea, Dios y su Reino. Luego, insiste en la hospitalidad, que se queden en la casa donde entren. Seguro que habrán de encontrar dificultades, les previene Jesús. Pueden sufrir el rechazo y la falta de acogida, porque Dios deja intacta la libertad del hombre ante su propuesta. Libertad que, por supuesto, va acompañada de la responsabilidad: no puede ser lo mismo optar que no optar por el Reino de Dios y sus valores.
Todos los cristianos somos discípulos y apóstoles, somos misioneros. Es Jesús quien nos envía. Y, si la cosa viene de Jesús, esto nos llena de confianza y nos libera de miedos y preocupaciones. Podríamos señalar esta secuencia: somos elegidos, somos bendecidos, somos constituidos idóneos para el anuncio… y este anuncio nos deja trasformados. El contenido del anuncio es solo el Reino, no la Iglesia, no nosotros. Contenido de palabras y obras. Sin “curar”, nuestra misión carecerá de credibilidad; si anunciamos bien el Evangelio, ineluctablemente llegarán los milagros. Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son los milagros, los signos que hacen más transparente el mensaje de Jesús? El primer signo es nuestro porte apostólico: “sin bastón, sin alforja, sin pan, sin dinero”. No residirá la eficacia en los grandes alardes de medios de comunicación, de multitudinarias concentraciones, de figuras poderosas, sino en la sencillez que nos hace libres y confiados. ¿Qué gloria mayor podemos desear que participar con Jesús en su proyecto, en el sueño del Padre sobre los hombres?"
(Ciudad Redonda)

martes, 24 de septiembre de 2024

SER FAMILIA DE JESÚS

  


La madre y los hermanos de Jesús acudieron a donde él estaba, pero no pudieron acercársele porque había mucha gente. Alguien avisó a Jesús:
– Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.
Él contestó:
– Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos.

Todos somos familia de Jesús. Se trata de oír el mensaje de Dios, su Palabra y ponerla en práctica. Ese mensaje es claro: amar a Dios y al prójimo. Es así como todos podremos considerarnos familia de Jesús y hermanos unos de otros. Si queremos una sociedad fraterna este es el camino.
Debemos escuchar la Palabra y hacerla Vida en nosotros. Es decir, Amar. 

lunes, 23 de septiembre de 2024

LEVANTAR LA LUZ

 


Nadie enciende una lámpara para taparla con una olla o ponerla debajo de la cama, sino que la pone en alto para que tengan luz los que entran. De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro.
Así que oíd bien, pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que cree tener se le quitará.

Debemos ser luz ante el mundo. No avergonzarnos de seguir a Jesús. Pero, ¿cómo ser luz? Amando. Sirviendo. Entregándonos. Intentando vivir como lo hizo Jesús.

"Como una prolongación de la parábola del sembrador, Jesús advierte: “El candil ha de ser colocado sobre en lo alto para que los que entran tengan luz”. Y a nosotros, en seguida,  la luz nos evoca la luz del bautismo, la luz desbordante de la Vigilia bautismal, Pascua de Resurrección. Sí, nos enseña la liturgia que, como bautizados, somos “Nacidos de la luz, Hijos del Día”, y a Cristo le cantamos: “Eres la luz y siembras claridades”. Y al nacer del agua y del Espíritu, somos hijos de la Iglesia sobre cuya faz resplandece la claridad de de Cristo, Luz de las Gentes, según nos revelan las primeras palabras de la Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II. En el hombre, la antítesis de la luz es la ceguera. Nos acordamos del ciego de nacimiento o del ciego Bartimeo junto al camino de Jericó. Como este último, de entrada, le suplicamos a Jesús: “Señor, que vea”.
Esta es la definición de Cristo: “Yo soy la luz del mundo”. Una luz que va saltando: quien está cerca de luz queda iluminado, y el cristiano, iluminado por Cristo, va iluminando al mundo con sus obras y palabras. Porque esta luz de Jesús es la imagen de su intimidad divina. Lo explica él mismo, en los escritos de San Juan: luz que es verdad: “El que obra la verdad viene a la luz”. Es vida: “La vida era la luz de los hombres”. Es amor: “El que ama a su hermano está en la luz”. En el otro extremo están las tinieblas, la noche (“era de noche”, cuando salió Judas de la Cena), el pecado. Por eso, San Pablo nos exhorta a combatir “con las armas de la luz”. Los dones, cualidades y carismas que Dios pone en las manos, en el corazón y en la inteligencia de los hombres son las luces con las que alumbramos a los demás. Y, si son luz de Cristo, ¿cómo podremos ocultar una luz tan potentísima?
La vida de los hombres es rica y feliz cuando se abre a la luz de Cristo. Quien ama a los otros, quien camina en la verdad, quien da vida por donde pasa va colmando de luz el espacio de los hijos de Dios. La luz es transparencia, y la transparencia de alma genera credibilidad en las personas. Que la acedia o una humildad de rancia ascética no nos arrastre a colocar la luz “bajo la cama”. Hagamos profesión pública de nuestra fe, demos razón de nuestra esperanza, mostremos paladinamente que amamos a la gente. Así alabarán todos al Padre del cielo. Que sepamos reflejar bien la claridad que nos llega de Cristo. Si nos damos cuenta de que no somos la luz sino, solo, testigos de la luz, no correremos riesgo de actitud altanera. Alegrémonos al constatar que hay mucha gente buena que llena de luz la familia, la Iglesia, el mundo; hay muchos santos, muchos testigos cuya luz está bien puesta en el candelero. No hace falta recurrir a altas instancias; en la vida de cada día nos topamos con hombres y mujeres rodeados de santidad por todas partes. Hay muchos que hacen caso al Papa Pablo VI: “El mundo de hoy necesita más de testigos que de maestros”. Lo bueno es que la esperanza nos asegura que al final triunfará la luz de Cristo, vamos hacia la luz eterna: “Brille para ellos la luz eterna para que no bajen a la oscuridad”, canta el oficio de difuntos.  Y, en versos magníficos, pide a Dios el gran poeta leonés, Antonio Gamoneda: “Despiértame, Señor, cada mañana, hasta que aprenda a amanecer, Dios mío, en la gran luz de tu misericordia”."
(Ciudad Redonda)

domingo, 22 de septiembre de 2024

EL QUE SIRVE ES EL MAS IMPORTANTE

 


Cuando se fueron de allí, pasaron por Galilea. Pero Jesús no quiso que nadie lo supiera, porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía:
– El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; pero tres días después resucitará.
Ellos no entendían estas palabras, pero tenían miedo de hacerle preguntas.
Llegaron a la ciudad de Cafarnaún. Estando ya en casa, Jesús les preguntó:
– ¿Qué veníais discutiendo por el camino?
Pero se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre cuál de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo:
– El que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y servir a todos.
Luego puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo:
– El que recibe en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, no solo me recibe a mí, sino también a aquel que me envió.

Jesús habla de entrega y los apóstoles de quién es el más importante. Jesús es taxativo. El más importante es el último. El más importante es el niño. Nosotros seguimos sin entenderlo.

"Seguimos acompañando a Jesús, en el camino hacia Jerusalén, con sus discípulos. Continúa la enseñanza de lo que es fundamental, para poder ser un verdadero seguidor del Maestro.
Algo que está claro es la capacidad del Maestro para ver lo que pasaba a su alrededor. Tenía una mirada que lo abarcaba todo. En este fragmento del Evangelio de hoy, le vemos dirigir su mirada hacia adelante, hacia su propio futuro. Y lo hace sin poner paños calientes, asimilando lo que ve, sin excusas y sin querer escapar. Sabe que será acusado falsamente, entregado a las autoridades, y, al final, morirá.
Lo que Él ve, se lo va transmitiendo a sus Discípulos. Y a éstos les cuesta entender. Comprenden que es algo importante, pero les da miedo profundizar. No se atreven a preguntar. Es lo peor, no preguntar, cuando no entendemos algo. Todavía no están preparados. Su mirada es muy humana, no es aún la de Jesús. Sólo ven que su Maestro va a morir, quizá. Y les da miedo preguntar, porque recuerdan la dura respuesta de Cristo al intento disuasorio de Pedro (“Apártate de Mí, Satanás” (Mc 8, 33).
Y la mirada de Jesús va más allá. Ve que algunos hombres poderosos están contra él, y que su destino está en manos de esos hombres. Sabe que va a morir, por culpa de ellos. Pero también sabe que, en última instancia, su destino está en manos de su Padre, porque se siente amado. Ahí puede encontrar descanso el corazón de Cristo. De esa manera, seguramente fue más fácil aceptar el destino, ese destino que le llevó a la muerte, y una muerte de cruz. (...)
Hay, además, una segunda parte en el Evangelio de hoy. Otra vez, la mirada de Jesús tiene un alcance distinto a la mirada de los hombres. Él va al fondo, a lo profundo: “ser servidor de todos”; “el que acoge a un niño acoge a Dios”. Parece que los Apóstoles estaban en otras cosas. Iban discutiendo de los puestos, de los cargos, de sentarse a la derecha o a la izquierda del Maestro. No es malo aspirar a los carismas mejores – lo dice san Pablo (1 Cor 12, 31) – pero lo que está mal es buscar el primer puesto dejando atrás a los otros, o pisando o desplazando a los demás, cuando se les ve sólo como competidores. Casi como enemigos. “Quítate tú para ponerme yo”.
Jesús les pregunta, sabiendo de lo que iban hablando, porque lo habría oído. Qué paciencia. Él hablando de muerte y resurrección, y sus “amigos”, repartiéndose los puestos. Normal que no contestaran, debieron de sentir mucha vergüenza. Por eso, quizá, les pide que se acerquen – los ve distantes – para que no estén lejos de Él. Cuando los ha reunido a su alrededor, lo que Jesús les dice es que no hay que desplazar a los competidores, porque todos estamos en lo mismo, en la causa del Reino, sino que «quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Es lo que hizo el mismo Jesús toda su vida. Es lo que debe hacer el verdadero discípulo.
Es que la Iglesia no es una plataforma para alcanzar posiciones de poder, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás. Es el lugar donde todos, de acuerdo con los dones recibidos de Dios, celebra su propia grandeza en el servicio sincero y dócil a los hermanos. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo, que se hizo servidor de todos.
Para que sea más claro, para que no queden dudas, hace un gesto que llama la atención, poniendo a un niño en el centro. Es un símbolo del ser frágil e indefenso, que necesita protección y cuidado. En tiempos de Jesús, como hoy, los niños eran amados, pero no se les daba importancia social, no contaban nada para la ley, e incluso eran considerados impuros porque transgredían los requisitos de la Ley.
Los Apóstoles, gracias a Cristo, cayeron en la cuenta de que, en la mirada de los niños, en su presencia desvalida se revela y llama a tu conciencia nada menos que Dios mismo. Por eso hay que acoger y ayudar a los más pequeños. Dios está especialmente presente en ellos, porque están abiertos a la novedad, son permeables y se dejan ayudar.
El deseo de poder se esconde en el corazón de mucha gente, incluso dentro de la Iglesia. A Jesús no le hizo falta que sus amigos le confesaran que ese deseo también estaba en sus corazones. Esos malos deseos pueden ser transformados, pero, para ello, hay que “ser como niños”.  Saberse frágiles, limitados, queridos. Identificarse con los pequeños, como hace Jesús, nos permite entender qué significa eso de servir y de ser el primero, siendo el servidor de todos.
Ojalá sea eso lo que anhelemos. “No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”, dice la segunda lectura. Ojalá sepamos pedir lo que nos conviene. Ojalá seamos capaces de amar el último lugar, como el que ocupó Cristo. Que queramos siempre servir a los demás. Si queremos ser discípulos de Jesús no hemos de olvidar esto en nuestra vida concreta. A lo mejor hay algo que puedas hacer por los demás, en casa, en la parroquia, en el barrio, en el trabajo. Busca. Ponte a ello. Merece la pena. Por amor a Cristo."
(Alejandro Carvajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 21 de septiembre de 2024

SABER ACOGER

 


Al salir Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo:
– Sígueme.
Mateo se levantó y le siguió.
Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos cobradores de impuestos, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos:
– ¿Cómo es que vuestro maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?
Jesús los oyó y les dijo:
– Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan estas palabras de la Escritura: ‘Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis sacrificios.’ Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Los cobradores de impuestos eran odiados por los judíos. Sin embargo Jesús se acerca a Mateo y le dice que le siga y va a comer a su casa, rodeado de otros cobradores y gente no amada por los judíos. De nuevo encontramos a Jesús mirando más allá, con más profundidad que nosotros. Nosotros miramos las apariencias. Jesús mira los corazones. Para Él todos somos dignos de ser acogidos. Todas las personas tienen su lado bueno, aunque nosotros no sepamos verlo. Todos llevamos una historia tras nosotros y Jesús sabe verla. Él nos ofrece su curación. El que se cree sano no acude al médico. El que se cree perfecto no se acerca a Jesús. Él nos pide que seamos compasivos, que acojamos a todo el mundo. Y aquellos que creemos que tienen más defectos, son precisamente los que más debemos acoger.

"Celebramos hoy la fiesta de San Mateo, el publicano convertido en apóstol. Jesús se acercó a él y le dijo: “Sígueme”. Jesús vio a Mateo en su trabajo de recaudador de impuestos y lo llamó. El Señor no tiene problema en llamar a cualquiera sin importarle su condición, a qué se dedica, sus pecados… Jesús no mira las fragilidades y debilidades de las personas, sino el corazón. Él no ha venido a buscar a los “sanos y justos” sino a los pecadores, a los que necesitan curación y sanación. Toda persona necesita encuentra en Jesús alivio, consuelo, esperanza, y una razón para vivir.
Mateo invitó a Jesús a una comida en su casa. Y allí acudió el Señor y también publicanos y pecadores. Fue una comida para celebrar el perdón y la misericordia de Dios que llamaba a todos a seguir a Jesús y así experimentar la buena noticia de que todos –sin exclusión alguna- pertenecían a la familia de los hijos de Dios. Todos se sintieron acogidos y respetados, nadie se vio excluido, marginado y rechazado. La presencia de Jesús creo ese clima de cercanía, de confianza, de seguridad y de esperanza. Todos aquellos comensales vivieron una experiencia singular con Jesús.
Esta actitud de Jesús es un toque de atención para cada uno de nosotros y para nuestras comunidades y grupos: inclusión y misericordia, no exclusión y rechazo. Muchas veces nosotros tendemos a juzgar y excluir a los “pecadores” o diferentes a nosotros. Nuestras parroquias y grupos tienen que ser inclusivos y misericordiosos; de puertas abiertas, sin condiciones, sin tanta burocracia ni tantos requisitos… de forma que todos puedan experimentar la misericordia de Dios en nuestras comunidades y grupos. Y pueda decirse de nuestras comunidades y grupos “mirad cómo se aman” y así deseen integrarse con nosotros. La caridad y la misericordia son  el mejor anuncio del Evangelio.  El Evangelio repite algunas veces que al ver cómo actuaba Jesús con los pobres y necesitados decían “Todo lo ha hecho bien y daban gloria a Dios”.
En este pasaje Jesús estaba rodeado de publicanos y pecadores. Jesús reconocía en cada uno de ellos un ser humano, más allá de sus cualidades, virtudes y defectos. Vio en Mateo –y los demás comensales- no solo a la persona que era, sino aquella que podría llegar a ser. El Señor conocía a cada uno de aquellos comensales y al compartir con ellos esa comida quería ayudarles a que cambiasen de vida y empezasen a vivir lo que cada uno podía ser si se dejaba guiar por Él. “Yo he venido para que tengan vida, y esta en abundancia”. No importa el pasado, el futuro es lo que cuenta de verdad.
Todos tenemos “un sueño” de lo que queremos ser en la vida. Es cuestión de realizarlo. Tenemos toda la vida para cumplir ese sueño. Pero los demás también juegan un papel importante en la realización de mi sueño. No podemos prescindir de la ayuda y la amistad de los demás."
(José Luis Latorre cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 20 de septiembre de 2024

DISCÍPULAS

  


Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas proclamando y anunciando el reino de Dios. Le acompañaban los doce apóstoles y algunas mujeres que él había librado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; también Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que los ayudaban con lo que tenían.

En una sociedad en que las mujeres no contaban para nada, vemos a Jesús que se rodea de ellas, que las cura, que las perdona. Son ellas las que están al pie de la Cruz. Serán ellas las encargadas de anunciar su Resurrección a los apóstoles. ¿Tenemos nosotros la misma mirada que Jesús tenía hacia las mujeres? Tras años de cristianismo las hemos relegado a misiones secundarios dentro de la Iglesia. Una sociedad que se llama cristiana sigue ejerciendo la violencia hacia la mujer. Cobran menos en su trabajo y buscamos relegarlas a lugares secundarios. Si nos consideramos discípulos de Jesús, esta no es la actitud que debemos tener con ellas. Coloquemos a la mujer al mismo nivel que el hombre. A ambos, hombre y mujer, Dios los creó a su imagen.

"Lucas nos presenta hoy un pasaje exclusivo de él. Es un sumario de la actividad de Jesús, quien recorría ciudades y pueblos de Galilea anunciando el Evangelio en compañía de los Doce y de “algunas mujeres”, unas sanadas y otras que le ayudaban con sus bienes. Sabemos del papel marginal que los judíos (y los griegos y los romanos) de la época de Jesús le asignaban a la mujer. Para Jesús no es así. Él dignifica a las mujeres y las acepta como sus discípulas y deja que lo acompañen en su camino. Él les concede un papel importante en la evangelización, como luego hará también S. Pablo.
Jesús instaura una nueva forma de tratar a la mujer (para escándalo de sus contemporáneos), pero no sólo eso, sino que su comunidad de discípulos y discípulas que lo sigue representa el Reino de Dios en el que se reconcilian varones y mujeres, casados y solteros, sanos y enfermos ricos y pobres. En la comunidad en torno a Jesús hay inclusión y diversidad, y la mujer juega un papel singular en la misión de Jesús. Todos llamados a participar activamente en la evangelización independientemente de nuestro género, pasado o condición.
Las mujeres estuvieron al lado de Jesús desde el principio y fueron testigos de los hechos más importantes de su vida. No lo abandonaron ni en los momentos más difíciles. Siguieron a Jesús sin hacer ruido, pero con fidelidad eterna. San Juan Pablo II escribía: “La Iglesia da gracias  a Dios por todas las mujeres y por cada una… La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia… da gracias por todos los carismas otorgados a las mujeres… por todas las victorias debidas a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina” (Milieris dignitatem, n. 31).
Acompañar a Jesús significa aceptar día tras día su Palabra como criterio válido para nuestra vida, ver en Él la autoridad a la que nos sometemos. Acompañar a Jesús nos pide cambiar y no cerrarnos a nosotros mismos y entregarnos a Él y vivir al servicio de la verdad y el amor como vivió Él.  El discípulo es el llamado y el elegido por Jesús para dar testimonio de Él. Y como dice Pablo: “vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí”. El discípulo representa a Cristo."
(José Luis Latorre cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 19 de septiembre de 2024

AMAR MUCHO

 


Un fariseo invitó a Jesús a comer, y Jesús fue a su casa. Estaba sentado a la mesa, cuando una mujer de mala fama que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas. Luego los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume. Al ver esto, el fariseo que había invitado a Jesús pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un profeta se daría cuenta de quién y qué clase de mujer es esta pecadora que le está tocando.” Entonces Jesús dijo al fariseo:
– Simón, tengo algo que decirte.
– Dímelo, Maestro – contestó el fariseo.
Jesús siguió:
– Dos hombres debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta: pero, como no le podían pagar, el prestamista perdonó la deuda a los dos. Ahora dime: ¿cuál de ellos le amará más?
Simón le contestó:
– Me parece que aquel a quien más perdonó.
Jesús le dijo:
– Tienes razón.
Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
– ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; en cambio, esta mujer me ha bañado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. No derramaste aceite sobre mi cabeza, pero ella ha derramado perfume sobre mis pies. Por esto te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien poco se perdona, poco amor manifiesta.
Luego dijo a la mujer:
– Tus pecados te son perdonados.
Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse:
– ¿Quién es este que hasta perdona pecados?
Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer:
– Por tu fe has sido salvada. Vete tranquila.

Aquella mujer, ciertamente, había pecado mucho, pero, también, amaba mucho. El fariseo cumplía la ley, pero sin amor. Por eso la mujer queda perdonada. Era consciente de sus pecados y se arrodilló a los pies de Jesús arrepentida. El fariseo se cree perfecto. No sabía que nadie lo es y que todos tenemos necesidad de perdón. Un perdón que nos llega a través del Amor. Para Jesús, la ley se resumía en Amar a Dios y Amar al prójimo. Esa es la verdadera Ley que nos lleva a Dios. 

"El Evangelio de hoy nos presenta dos tipos de personas ante Jesús: el fariseo y la mujer pecadora, que expresan dos actitudes ante Jesús: la autosuficiencia y el arrepentimiento. Y en medio de ellos Jesús que es la misma misericordia y el perdón sin  límites. A veces pensamos que hay actos imperdonables; o pensamos que nuestras propias faltas no merecen el perdón; o decimos aquello de «yo perdono pero no olvido». Perdonar es una experiencia difícil, y también pedir perdón (nuestro orgullo tantas veces nos lo impide), igual que aceptar que nos perdonen. Tenemos dentro de nosotros el deseo de ser perfectos, de hacerlo todo bien, de no equivocarnos nunca. Pero a veces nos equivocamos y otras veces tenemos que desandar el camino y tomar otra dirección, ¡es tan difícil!
A veces preferimos seguir adelante por el camino que sabemos que es el equivocado, antes que reconocerlo. Esto sucede porque la humildad es una virtud difícil de vivir. La humildad es “andar en verdad”: a veces acertamos y a veces no; a veces hacemos las cosas bien, pero otras veces no. La humildad es una virtud sencilla, pero nosotros a veces somos complicados, el orgullo nos lleva a complicarnos la vida. El perdón es el remedio a nuestro orgullo. El perdón no consiste en un simple «aquí no ha pasado nada». Perdonar es reconocer que «aquí sí ha pasado algo malo (el pecado, sea cual sea) pero yo te perdono». El perdón tiene un efecto transformador de la persona, es realmente un invento de Dios. El perdón tiene un efecto curativo, restaurador, regenerador.
Estando Jesús a la mesa entra una mujer pecadora, con la vida destrozada. Ella no ha sido invitada al banquete, pero irrumpe en la sala para pedirle el perdón a Jesús con gestos de arrepentimiento. La mujer no abre la boca, tan sólo expresa el dolor de su vida insostenible con gestos de amor hacia Jesús. Y es que el pecado no sólo es una ofensa hacia alguien, también embrutece la propia alma y afecta al propio pecador, pues alimenta su egoísmo, acorta sus esperanzas, reduce sus deseos de bondad. La mujer tiene fe en que Jesús puede perdonarla. Y Jesús perdona sus pecados, pero no sólo eso: afirma que su fe la ha salvado y le otorga la paz. La transformación de esta mujer es completa. La mujer entró en la casa avergonzada y sale reconocida y perdonada. Antes la mujer había perdido su dignidad, estaba desesperada, acabada, excluida. Ahora Jesús afirma que está salvada, que vuelve a tener dignidad, que puede recobrar la paz.
La experiencia de la mujer es también nuestra experiencia. A nosotros el egoísmo nos vence muchas veces, a cada uno de una manera distinta, pues  los pecados de cada uno son distintos. A nosotros también se nos regala gratuitamente el perdón de Dios. También Jesús nos dice: «Tu fe te ha salvado». También nos da su paz. La mujer del evangelio «ama mucho, porque se le ha perdonado mucho». Es un ejemplo para nosotros, una invitación y una llamada a que reconozcamos que Dios también nos perdona mucho, nos lo perdona todo, nos perdona siempre. El perdón que recibimos de Dios nos transforma, nos enriquece  y nos hace mejores personas. Gracias al perdón podemos volver a amar. El amor es la fuerza del alma y la llave que abre todas las puertas."
(José Luis Latorre cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 18 de septiembre de 2024

ACTUAR, NO CRITICAR

 


¿A qué compararé la gente de este tiempo? ¿A qué se parece? Se parece a los niños que se sientan a jugar en la plaza y gritan a sus compañeros: ‘Tocamos la flauta y no bailasteis; cantamos canciones tristes y no llorasteis.’ Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís que tiene un demonio. Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís que es un glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran los impuestos para Roma. Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados.

Demasiadas veces somos críticos con los demás, con la sociedad, con la Iglesia...pero nos quedamos ahí. Si después no hacemos algo para cambiar estas situaciones, esas conductas que vemos reprobables, esas críticas hacen más mal que bien. ¿No nos gusta cómo actúa nuestra parroquia, nuestra comunidad? Pues menos hablar y más actuar. Pongámonos manos a la obra para cambiar la situación. Trabajemos para que nuestra parroquia, nuestra comunidad sea mejor. Seamos positivos. Es decir, hacer, entregarnos para que todo funcione mejor.

"El evangelio de hoy termina diciendo: “todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón”. Sabiduría es lo contrario a necedad, a esconderse, a mirar sólo con los propios  ojos, a terquedad. Sabiduría es reconocer el paso de Dios, escuchar y transformar la palabra en acción, sonreír con esa alegría que trae el Señor y transmitirla a los demás.
Jesús en este pasaje hace una crítica dura a la generación judía que no hacía ni dejaba hacer, que criticaba por todo a todos. Jesús los compara a los niños caprichosos que no le encuentran gusto a nada, que no cantan, no bailan, pero que tampoco lloran ni hacen penitencia. Y les indica que el camino para entender y acercarse de corazón a Él es la sabiduría; esa sabiduría que nos hace humildes ante El, para poder reconocer de corazón su grandeza y que Él es el Hijo de Dios.
Y a nosotros cristianos, ¿Qué nos dice este pasaje? Nos cuestiona en nuestro comportamiento ante las situaciones de nuestra realidad, en las que quizá nosotros juzgamos o criticamos a los miembros de la iglesia o a la iglesia misma, como retrógrada en ciertas cosas o como liberal en otras diferentes, según nuestro criterio y no viendo con la sabiduría que nos pide el Señor. Cuando caes en crítica tras critica, vives criticando todo, te encanta meterte en todo; incluso opinas de lo que no sabes. En el fondo eres tan criticón que terminas quedándote solo, porque te conviertes en inaguantable, nada te cae bien. Eres tan detallista que hasta incluso ya te lamentas de las cosas antes de que sucedan…
El Papa comentando este texto dice: “la imagen de los niños que tienen miedo de bailar, de llorar, que tienen miedo de todo, que piden seguridad en todo, lleva a pensar en esos cristianos tristes que critican siempre a los predicadores de la verdad porque tienen miedo de abrirle la puerta al Espíritu Santo”.
El cristiano “sabio” es el que sabe saborear la vida. Es el que valora su vida y valora a todos los que forman parte de su vida. Es el que no critica su vida. Es el que no es amargo consigo mismo y aprende a vivir con alegría y esperanza. Es el que no pone excusas  y peros a la Palabra de Jesús “camino, verdad y vida”  y sabe que obedecerle es vivir. La vida es muy corta para ir amargando. La vida  se vive una sola vez."
(José Luis Latorre cmf, Ciudad Redonda)