domingo, 8 de septiembre de 2024

SORDOS Y MUDOS

 


Jesús volvió a salir de la región de Tiro y, pasando por Sidón y los pueblos de la región de Decápolis, llegó al lago de Galilea. Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre:
– ¡Efatá! (es decir, “¡Ábrete!”).
Al momento se abrieron los oídos del sordo, su lengua quedó libre de trabas y hablaba correctamente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban ellos. Llenos de asombro, decían:
– Todo lo hace bien. ¡Hasta hace oir a los sordos y hablar a los mudos!

Estamos sordos y mudos. No oímos el clamor de los que sufren la guerra, de los que mueren en el mar, de los que junto a nosotros no tienen casa o mueren de hambre. Vemos a los niños de Gaza o de Ucrania por la televisión y no decimos nada, no protestamos no exigimos. Hoy hemos de pedir a Jesús que nos devuelva el oído, que nos haga hablar. El día que todos clamemos contra las injusticias, los poderosos se morirán de vergüenza. Pero por desgracia, seguiremos sin oir y sin hablar.  Nos distrae nuestro ego, nuestra cobardía.

"Hay pobres materiales, y hay otra clase de pobres, que no lo son sólo por no tener dinero, sino por encontrarse en una situación de desventaja en el mundo. Por no tener cultura, por no disponer de un trabajo digno, por no tener los papeles en regla, por ejemplo. A esas personas, la comunidad debe prestar más atención, para diferenciarse de los que no son creyentes. Que no se queden tendidos al borde del camino, como aquél al que los bandidos robaron y apalearon. Seamos buenos samaritanos, pues.
Toda enfermedad en la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, era un castigo del Señor. Pero, especialmente, la sordera era imagen del rechazo a la Palabra. Representa la condición del hombre que escucha otras voces, voces seductoras, pero que no dan vida. No poder escuchar la palabra de Dios es un problema serio, pero el Señor ha prometido poner remedio. Porque el sordo no puede oír la Buena Nueva, y no puede reaccionar. Vive aislado, encerrado en su propio mundo. No ha podido conocer a Jesús ni escuchar su Evangelio. Y, que no se nos olvide, hay sordos de nacimiento, y sordos que lo son porque no quieren oír. Viven bien sin Dios.
Nosotros no somos así, en principio, aunque a veces nos cuesta escuchar la voz de Dios. ¿Qué hacer? ¿De qué modo podemos combatir nuestra sordera espiritual?
Lo primero, quizá, sería luchar contra nuestros egoísmos personales. Dejar de pensar sólo en nosotros, no escuchar la voz que dice que me ocupe únicamente de mí y abrirnos. Abrirnos nos permite salir al encuentro de los hermanos, de forma que nuestras palabras y nuestras obras, nuestra fe y nuestra vida sean consecuentes. Decir y hacer. ¿Cómo me encuentro frente a mis hermanos y frente al Señor? ¿Cómo son mis palabras y cuáles son mis obras? ¿Creo en lo que hago, y hago lo que creo?
Además, para que el Señor pueda sanar nuestra sordera, hay que buscarlo. No podemos permitir que el Señor sea siempre el que salga a nuestro encuentro. Tenemos que colocarnos cerca. ¿Estamos a tiro del Señor? ¿Nos ponemos en disposición de cambio? ¿Estamos dispuestos a ello? Medios hay muchos. Sacramentos, la Palabra, la oración…
Por otra parte, el sordomudo “se deja hacer”. Es dócil. Podemos pedir también que, cuando nos presentemos ante el Señor, lo hagamos con docilidad. Que no nos dejemos mundanizar, que seamos fieles al Dios. Que Él abra nuestros oídos, despierte nuestra sensibilidad para sentir su presencia (como el ciego al borde del camino), para que Él nos dé consuelo, salud y esperanza.
Hoy en día hay muchos medios e intereses empeñados en producir sordera ante todo lo que suena a Iglesia, a espiritual. Para poder enfrentarnos a ellos, hay que limpiarse a menudo el oído, de modo que nos llegue el auténtico mensaje de Jesús. De ese modo, podremos también decir, como los contemporáneos de Jesús, que todo lo ha hecho bien, también en nuestras vidas. Es posible. Basta con estar atento, y dejar actuar a Dios."
(Alejandro Aguinaco cmf. Ciudad Redonda)

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