Un día estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús se inclinó hasta el suelo y le rogó:
– Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, diciendo:
– Quiero. ¡Queda limpio!
Al momento se le quitó la lepra al enfermo, y Jesús le ordenó:
– No lo digas a nadie. Solamente ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que todos sepan que ya estás limpio de tu enfermedad.
Sin embargo, la fama de Jesús se extendía cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírle y para que sanase sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a orar a lugares apartados.
Nos dice el evangelio que Jesús tocó al leproso. Esto en Israel era muy grave. El leproso era alguien al que se le apartaba totalmente de la sociedad y con el que no se podía tener ningún contacto. Jesús lo toca con la mano antes de curarlo. Toca lo intocable. Jesús se acerca a todo el mundo llevando la curación.
La primera lección que debemos sacar de este texto, es que, sean cuales sean nuestros pecados, Jesús siempre se acercará a nosotros para limpiarnos de ellos. Su misericordia es infinita.
La segunda es, que no debemos despreciar, aislar, aquellas personas que creemos "impuras". Primero, porque no somos nadie para juzgar a los demás. Segundo porque sólo Jesús sabe lo que verdaderamente hay en el interior de esta persona. Y tercero, porque quizá la forma de acercarse Jesús a ellos, es a través nuestro. El nos mando amar a todos, amigos y enemigos, buenos y malos. Quizá ese amor limpie al otro.
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