domingo, 12 de enero de 2025

CON ESPÍRITU Y FUEGO

 


En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Él nos bautiza con agua y fuego. Agua que nos limpia. Fuego que nos da energía para seguirlo, para luchar por Él.

"Cada año tenemos un salto temporal en los relatos evangélicos. Del nacimiento de Jesús y la adoración de los Magos, a la presentación de Jesús, con treinta años aproximadamente, siendo bautizado por Juan el Bautista. ¿A qué se dedicó el Señor en esos años? Sólo nos queda la imaginación. Seguramente pasó tiempo preparándose para la tarea que le esperaba. Creciendo en sabiduría ante Dios y ante los hombres.
Y se dedicó a participar en la vida litúrgica de su pueblo. En la sinagoga oraba y se empapaba del espíritu de Dios. Eso le permitió conocer mejor a su Padre. Para ello, tenía los mismos medios de los que disponemos nosotros hoy. A su alcance estaba la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que le narraba la historia de un pueblo que se sentía elegido y salvado por ese Dios Yahvé, que siempre le había acompañado y protegido. Los Profetas le mostraron cómo Dios se había ido revelando a los hombres, los Jueces le permitieron entender cómo había que ser fiel al Señor en todo momento, etc. En la escuela de la Palabra aprendió a escuchar lo que Dios iba revelando, y a guardarlo en el corazón. Y, quizá, le surgió la pregunta: “¿qué tendré que hacer Yo?”
Al mismo tiempo, iba formándose como persona. Veía la naturaleza que tenía a su alrededor, cómo iba creciendo el trigo – a veces junto a otras malas hierbas – las nubes del cielo, cómo los pastores se ocupaban de los rebaños, alejando a los lobos si era necesario, las viñas y los viñadores, los pescadores en el lago, remendando sus redes, el árbol de la mostaza, y todas estas cosas le hablaban de Dios. Todo lo usó después para hablar de forma comprensible, a veces en parábolas, acerca del Reino.
Y, sobre todo, observaba a los hombres. Que, seguramente, tenían las mismas dudas y preguntas que podemos tener hoy. Incertidumbre ante el futuro, cansancio ante el exceso de normas y preceptos religiosos… Muchos marginados, por motivos rituales (leprosos, ciegos, enfermos…) o sociales (pastores, extranjeros, viudas, niños…) Su compasión ante el sufrimiento comenzó a crecer en ese corazón que se iba llenando cada vez más de Dios. ¿Qué hacer para aliviar estos problemas?
En esas debía de andar Jesús, cuando oyó acerca de un profeta contemporáneo que, además, era su primo. Hablaba de convertirse, de cambiar de actitud. De hacer las cosas de otra manera. Juan el Bautista había congregado a su alrededor a muchos de esos descontentos, que querían cambiar de vida. Y allá se fue Jesús, a ponerse en la cola de bautizandos, para acabar de descubrir qué quería su Padre de Él.
Y se produjo una nueva epifanía. Las palabras del profeta Isaías se hacen vida en Jesús. “Tú eres mi Hijo amado, el predilecto”. Comienza una nueva fase en la vida de Jesús. Sabiendo que su Padre está con Él, que le protege, empieza a hablar del Reino de Dios, que tiene como prioridad a los más débiles, a los pequeños. Lo hace confiando siempre. Por eso pasa tanto tiempo rezando, en la soledad de la noche, para superar sus dudas, para tomar las decisiones importantes, y aclarar qué quiere Dios de Él.
Sintiéndose querido, comienza a hablar del amor de Dios al hombre, a todo hombre, extendiendo la bendición de Dios, la curación de los enfermos, el perdón de los pecadores, la mano tendida a todos. Por eso la vida entera de Jesús es una total entrega al Reino. Porque es una tarea muy grande, que exige completa dedicación.
Y, desde luego, no es una empresa sencilla. A pesar de hablar de amor y perdón, existirá mucho rechazo, mucho sufrimiento hasta llegar a la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios Padre, en el Bautismo, le da su Espíritu. Eso le permite sentir la fuerza, el amor, la luz del mismo Dios. Así puede descubrir la voluntad divina, siempre desde el servicio, la humildad, la defensa de la justicia y el derecho. Actitudes a imitar.
Y lo que Cristo llevaba en el corazón, nos lo enseñó a todos. Porque nos reveló que el Padre refrenda las mismas palabras con cada uno de los que quieren ser sus discípulos. Cada vez que alguien se bautiza, esas palabras, “tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”, se repiten. El Padre nos ofrece lo mismo, nos pide lo mismo, cuenta con nosotros para lo mismo. Hoy estamos celebrando que tú eres hijo, que eres amado por el Padre, y que necesita que tú seas su nuevo Jesús, y que te colma de Espíritu Santo para que puedas con todo, y que ahí tienes al mismo Jesús como referencia para tu vida: el Hijo que supo cumplir su voluntad.
Con Jesús, se ha cerrado definitivamente la época en que Dios ha sido pensado como un monarca severo, justiciero, intransigente. Él nos ha revelado el verdadero rostro de Dios, el Dios que sólo salva. Con su vida, ha proyectado también una luz reveladora sobre las imágenes portentosas usadas por el Bautista y los profetas, dándonos la clave de su lectura. Era verdad lo que éstos habían afirmado: Dios habría enviado su fuego sobre la tierra, pero no para destruir a sus hijos (aunque fueran malvados) sino para quemar, hacer desaparecer del corazón de cada uno toda forma de maldad.
Es cuestión de creérselo, de fiarse y de ponerse en marcha. El sacramento del Bautismo no es una ceremonia más o menos conmovedora y bonita, sino una declaración de intenciones entre el Padre y sus hijos. Y hoy la Palabra de Dios nos lanza una pregunta directísima: ¿Quieres ser mi hijo amado, como lo fue Jesús? Mucha gente está esperando al Mesías, preguntándose dónde está. ¿Qué vas a hacer?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

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