domingo, 5 de enero de 2025

LA VIDA ES LA LUZ

 


En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.
Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A este me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo.”
De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

Él es la vida y la vida es la luz. Las tinieblas no existen; son simplemente falta de luz. Si nos quedamos en la oscuridad todo desaparece; pero no es cierto. Todo sigue estando ahí. Basta que vuelva la luz para que reparemos que todo está ahí, que siempre ha estado ahí. 
Jesús es la luz. Si estamos en la oscuridad, si no vemos el bien, es que nos falta la luz de Jesús.
Si queremos la vida y la luz de Dios, debemos acercarnos a Jesús; debemos dejar que entre en nuestro corazón. Entonces, todo cambiará.

" (...) Con la venida de Cristo al mundo, que es toda la Sabiduría de Dios en persona y hecha carne, la Sabiduría está plantada en medio de la Iglesia entendida como comunidad de creyentes y nuevo Israel. Y nosotros, como parte activa de ese Pueblo de Dios, también tenemos que aceptar esa sabiduría. «Antes de la creación» fuimos elegidos y pensados con amor. «Yo soy porque soy amado». Yo crezco porque no dejo de ser amado. Yo no moriré porque siempre seré amado. La riqueza de gloria que nos espera sólo podemos comprenderla desde el «espíritu de Sabiduría».
Para que no se nos olvide ser agradecidos, el apóstol Pablo nos recuerda que toda esta historia comienza con la elección de Dios. El himno de acción de gracias es básicamente una bendición del «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» porque Él fue el primero en bendecirnos. Es decir, se da gracias porque nos dio su Gracia. Y su gracia o bendición consiste en elegirnos para «ser hijos adoptivos suyos» por medio de Jesucristo. Y esto lo hizo el Padre de acuerdo con su plan salvador concebido «antes de la creación del mundo». Este himno ayuda al creyente a comprenderse a sí mismo como agraciado, bendito, amado por el Padre desde siempre, con un amor que se manifiesta sobre todo al rescatarnos al precio de la sangre de Cristo.
Pero ¿qué quiere decir «ser hijos de Dios»? ¿Qué quiere decir «parti­cipar de la naturaleza divina del Hijo de Dios»? Tantas cosas… Pero singularmente esto:
Lo primero, participar en el conocimien­to que Jesús, el Hijo de Dios, tiene de Dios y de las cosas; participar en el amor que Jesús tiene a Dios, afirmar a Dios en nosotros, y parti­cipar en su amor, en su poder afirmativo de las cosas. En cierto modo, ver con los ojos de Jesús y amar con el corazón de Jesús. Pensemos un instante en los santos. Han vivido su condición de hijos de una forma particularmente intensa y purifica­da. Así es como tenemos parte en la gracia y en la verdad del Hijo único.
En segundo lugar, no habitar el mundo como huérfanos, vernos libres de un sentimiento de orfandad. Cuando participamos en el conocimiento y el amor de Jesús –y celebrar la Eucaristía nos ayuda a participar en ese conocimiento y amor- cuando no habitamos el mundo como huérfanos, cobra una calidad nueva el traba­jo de nues­tras manos, el pensamiento de nuestra inteligencia, el querer de nuestra vo­luntad, el amor de nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestra forma de afrontar la muerte. Conocer y amar a Dios da profundidad y anclaje a nuestra vida. Como hijos de Dios podemos decirle en nuestras desventuras: «recoge mis lágrimas en tu odre, no olvides mi vida errante».
Comenzamos el 2025, y tenemos por delante 360 días para vivir, para intentar ser felices, para ser testimonios de la Luz y para compartir con los demás nuestras alegrías."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

El pasado jueves nos dejó, para ir a los brazos del Padre, la Hermana Regina Goberna, que cada domingo nos brindaba una presentación comentando el evangelio. Una oración por su eterno descanso.

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