Cuando Jesús oyó que Juan estaba en la cárcel, se dirigió a Galilea. Pero no se quedó en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaún, a orillas del lago, en los territorios de Zabulón y de Neftalí. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta Isaías: “Tierras de Zabulón y de Neftalí, más allá del Jordán, a la orilla del mar: Galilea de los paganos. El pueblo que andaba en oscuridad vio una gran luz; una luz iluminó a los que vivían en sombras de muerte.” Desde entonces comenzó Jesús a proclamar: “¡Volveos a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!” |
Recorría Jesús toda Galilea enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de toda clase de enfermedades y dolencias. Con ello, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Siria; así que le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los curaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán, seguía a Jesús. |
"Después de la festividad de Epifanía, es decir de la manifestación de Dios a todos los pueblos, que celebramos ayer, la primera lectura (primera carta de Juan) dice que Jesús, cuya venida esperada y anunciada ya es realidad desde la noche de Belén, está entre nosotros. Y establece una separación total entre los que son de Cristo y los que son del Anticristo, pues “el que está en vosotros es más que el que está en el mundo”.
La presencia de Jesucristo en nosotros es esa luz grande, profetizada por Isaías, que ilumina a judíos y gentiles, es decir a todos. Una luz que suprime la tiniebla y rescata a la humanidad recreándola y haciendóla tan bella como fue creada. No suprime del todo la marca del pecado que señala nuestra fragilidad, pero nos reviste, como dice San Pablo con las armas de la luz.
En la lectura del evangelio de hoy Mateo nos presenta un Jesús apremiado por la prisión de Juan, que predica en Galilea, atrayendo a multitudes de las regiones próximas, porque está cerca el reino de los cielos. Pide conversión.
En nuestra vida la conversión no es un hecho que se produce y sin más, quedamos transformados. Experimentamos casi cada día la necesidad de conversión porque, aunque ciudadanos del reino continuamente tenemos que renovar esa ciudadanía. Y porque hemos recibido el encargo de predicar a todas las gentes.
Una cosa es predicar y otra dar trigo, dice el refrán. A nuestro predicar tenemos que unir, como el Maestro, la curación. A Él se acercaban o eran traídos toda clase de enfermos de alma y cuerpo. Y Él curaba toda dolencia y toda enfermedad. Curar significa también cuidar y preservar de la corrupción. Y todo esto requiere la atención a cada persona.
Los que hemos recibido la luz de Cristo tenemos que parecernos al maestro. Identificarnos con Él y actuar como Él lo hizo. Y sin Cristo nada podemos. Hay que pedir día a día que el Señor nos renueve, nos convierta y nos impulse a predicar -a veces sin palabras- y a curar como Él lo hizo y lo sigue haciendo."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario