jueves, 7 de septiembre de 2023

IR MAR ADENTRO

 


En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y se sentía apretujado por la multitud que quería oir el mensaje de Dios. Vio Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar dijo a Simón:
– Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.
 Simón le contestó:
– Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.
 Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse. Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:
– ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!
 Porque Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:
– No tengas miedo. Desde ahora vas a pescar hombres.
 Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús.

Vivimos en una época en que puede cundir en nosotros el pesimismo. Trabajamos toda la noche y no hemos pescado nada. No hay vocaciones; las iglesias cada día están más vacías; los valores cristianos desaparecen de nuestra sociedad...
¿Escuchamos a Jesús? Él nos pide que vayamos mar adentro y echemos las redes. No debe tener miedo y adentrarnos en el mar. Hemos de confiar en Él. Nuestras redes se llenarán hasta rebentar. 
Jesús nos pide que vayamos mar adentro. Otras veces nos dirá que pasemos a la otra orilla. El Papa Francisco nos invita a ir a las fronteras...Se trata de dejar nuestras comodidades, de arriesgarnos. Eso sí, siempre confiando en Él, porque es Él quien hace el trabajo; no nosotros.

"La palabra de Dios que, como decía ayer la carta a los Colosenses, está dando fruto en el mundo entero, nos confirma hoy que tiene que empezar por dar fruto en nosotros con toda clase de obras buenas y en un mayor conocimiento de Dios y de su voluntad. La conducta evangélica y el conocimiento de Dios (la fe) se retroalimentan: el conocimiento de Dios y de su voluntad invita a una conducta digna del Señor, y esta última nos dispone a un mejor conocimiento, que es la sabiduría de la fe. ¿Por qué, entonces, tenemos con frecuencia la sensación de que nuestra vida cristiana discurre plana, anodina, estéril, ayuna de esos frutos en nosotros mismos (la paciencia, la magnanimidad, la alegría en las dificultades), y también en nuestra relación con los demás (como, ante todo, el perdón recibido y otorgado)?
Tal vez esto se deba a que, aunque nos acercamos a Jesús a escuchar su palabra, permanecemos en la orilla, en una actitud superficial, que no permite a esa palabra viva y eficaz penetrar hasta el fondo del alma, escrutar y conformar nuestros sentimientos y los pensamientos de nuestro corazón (cf. Hb 4, 12), para que, como la buena semilla que es, caiga en buena tierra y dé fruto abundante (cf. Mt 13, 23). O, dicho con otras palabras, no “nos mojamos” entrando en el mar y subiendo a la barca en la que se sienta Jesús, y siguiendo su indicación, no remamos mar adentro, allí donde las aguas van profundas. Jesús no solo nos habla y nos da su palabra de vida, sino que nos invita a un esfuerzo de profundización. No basta con escuchar mecánicamente, por curiosidad o por obligación, sino que es preciso dedicar tiempo, meditar, rumiar la palabra, bregar en la noche, y echar las redes “en su nombre”, es decir, con fe y confianza, y contra todas las evidencias dar pasos concretos, a veces difíciles, para poner en práctica la palabra escuchada. Puede ser esto atreverse a iniciar una conversación difícil, o dar un paso de acercamiento, o aceptar una petición que nos resulta molesta, o salir de la propia comodidad o la rutina, en definitiva, responder “en su nombre”, con espíritu evangélico, a los desafíos que la realidad y los demás nos lanzan… Sólo así la esterilidad y el esfuerzo en apariencia inútil se puede convertir en una abundancia de frutos que está completamente por encima de nuestra capacidad. Porque sigue siendo verdad que nuestras capacidades son muy limitadas, como reconoce Pedro: “soy un pecador”. Pero la palabra de Jesús obra el milagro también en nosotros, que, sin dejar de ser lo que somos por naturaleza (pescadores y pecadores), somos transformados por esa palabra viva, que nos cura de la esterilidad y hace de nosotros pescadores de hombres, esto es, nos convierte en cooperadores activos de la salvación que Jesús ha venido a traernos."

(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 6 de septiembre de 2023

ANUNCIARLO EN TODO EL MUNDO

 

Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron a Jesús que la sanase. Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó. Al momento, ella se levantó y se puso a atenderlos.
 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diferentes enfermedades los llevaron a Jesús; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. De muchos enfermos salieron también demonios que gritaban:
– ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado. Pero la gente le buscó hasta encontrarle. Querían retenerlo para que no se marchase, pero Jesús les dijo:
– También tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto he sido enviado.
 Así iba Jesús anunciando el mensaje en las sinagogas de Judea.

Jesús cura hoy a la suegra de Pedro y sanaba a todos los que le acercaron en aquel pueblo para que los curara. No le dejaban marchar. Jesús les responde que el ha de anunciar a los otros pueblos el Reino de Dios.
Son las lecciones del evangelio de hoy: 
- Que hemos de curar, de liberar del mal a los otros.
- Que este mandato de anunciar la Palabra y eliminar el       mal debemos ejercerlo, no solamente en nuestro               entorno, que nos es agradable y familiar, sino a todo       el mundo. Los misioneros tienen claro este                       mandato. Pero hoy día, todos hemos de ser               misioneros en nuestra sociedad. Una         sociedad cada día más laica y descristianizada.         Quedarnos en nuestra pequeña comunidad; disfrutar de un entorno que piensa como   nosotros y nos arropa, puede ser una tentación. Jesús mandó varias veces a sus discípulos a predicar a todo el mundo.






martes, 5 de septiembre de 2023

EL PODER DE SU PALABRA



 Llegó Jesús a Cafarnaún, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente; y se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.
 En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro que gritaba con fuerza:
 – ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco: ¡Sé que eres el Santo de Dios!
 Jesús reprendió a aquel demonio diciéndole:
– ¡Cállate y deja a ese hombre!
Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron y se decían unos a otros:
– ¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir!
 La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.

"Decía Marx, y muchos siguen pensándolo, que la religión es el opio del pueblo, es decir, una especie de adormidera. No sé muy bien a qué religión se refería (aunque lo intuyo), pero, desde luego, leyendo los textos bíblicos y las fuentes cristianas, nos encontramos con algo muy distinto de la invitación a dormir: continuas llamadas a despertar y a estar en actitud de vigilia. No es a dormir, sino a abrir los ojos a lo que nos llama Dios. No sabemos cuándo y cómo será el fin del mundo, también ignoramos cuándo y cómo será ese particular fin del mundo que es nuestra propia muerte. Pero sabemos que nuestra estancia en este mundo está limitada en el tiempo. Y esta limitación es una llamada a la responsabilidad, a tomarnos en serio este tiempo del que disponemos, para no hacer de nuestra biografía un terreno estéril y sin sentido. Abrir los ojos, vivir en estado de vigilia, ser responsables significa cultivar las actitudes, las obras y los valores que salvan nuestra vida, es decir, que la dotan de un sentido que trasciende nuestra limitación temporal. De este modo, no solo no nos desentendemos de los asuntos y los problemas de este mundo, sino que, al contrario, les damos un sentido transcendente gracias a esos valores superiores, que son como la luz que ilumina nuestra oscuridad. Podemos, por ejemplo, hacer del pan no sólo el objeto de nuestra codicia, sino la ocasión para compartirlo con el hambriento. Así, pasamos por este mundo tratando de hacer el bien, y dejándolo un poco mejor que como lo encontramos. Esto es lo que nos enseña Jesús, que “pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Lo vemos hoy claramente en el texto evangélico.
Es digno de ser notado que el hombre afligido por un espíritu inmundo estaba en la sinagoga, en la iglesia, podríamos decir. El acoso del diablo, la presencia del mal no se limita a “los de fuera”. Todos, de un modo u otro, estamos afectados por el mal, y dejarlo tranquilamente sentado en nosotros o junto a nosotros, es una buena forma de cerrar los ojos y dormir. Es curioso cómo la presencia de Jesús despierta al mal espíritu, que lo reconoce y lo confiesa, al mismo tiempo que lo increpa. La palabra y la presencia de Jesús nos hace despertar, nos abre los ojos para descubrir en nosotros mismos el mal que nos paraliza, y que él exorciza y expulsa (no sin algo de sufrimiento por parte nuestra), y nos invita a iniciar una vida nueva. En los límites de nuestra existencia temporal y mundana, despertados e iluminados por la Palabra poderosa de Jesús, descubrimos horizontes abiertos, que superan toda limitación: entre nosotros está y actúa el que tiene poder para liberarnos del mal y para vivir la vida nueva de un amor que es más fuerte que la muerte.
Santa Teresa de Calcuta, mujer de nuestro tiempo, nos da un ejemplo eminente de esta vida despierta y en vigilia."

(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 4 de septiembre de 2023

VALORAR A LOS QUE NOS RODEAN

 


Jesús fue a Nazaret, al pueblo donde se había criado. Un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:
 “El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
 a anunciar el año favorable del Señor.”
 Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. Él comenzó a hablar, diciendo:
– Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
 Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de la belleza de su palabra. Se preguntaban:
–¿N o es este el hijo de José?
 Jesús les respondió:
– Seguramente me aplicaréis el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo', y me diréis: 'Lo que oímos que hiciste en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu propia tierra.'
 Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
 Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.

Es un defecto que tenemos todos. No valoramos a los que tenemos a nuestro alrededor. ¿No es el hijo de aquél?¿No vota por aquél partido?¿No es aquél que no tiene estudios?...Los clasificamos y los despreciamos. Pero Dios nos habla a través de ellos y no sabemos verlo.
"Durante el tiempo ordinario del año litúrgico vamos leyendo los evangelio sinópticos, empezando por el de Marcos, siguiendo con el de Mateo, y terminando con el de Lucas, cuya lectura comenzamos hoy. Realizamos así tres veces, desde la óptica peculiar de cada evangelista, el camino de seguimiento de Jesús. No se trata de una mera repetición, sino de un proceso pedagógico que implica un verdadero progreso. Y es que Marcos es el evangelio del principiante (del catecúmeno), el de Mateo es el del catequista ya experimentado, y el de Lucas, el del erudito cristiano que desea profundizar en el conocimiento de Cristo. El fin de este proceso es la madurez cristiana, que encontramos en el evangelio de Juan (que leemos preferentemente en los tiempos litúrgicos fuertes), el evangelio del presbítero, esto es, del anciano que se deja ceñir por Cristo y se entrega sin condiciones.
Y, sin embargo, este “volver a empezar” que iniciamos hoy, nos recuerda también que somos eternos principiantes, que deben volver una y otra vez a la experiencia originaria del primer encuentro con Jesús. Y esto es así porque, en buena medida, pese a toda nuestra experiencia de vida cristiana y eclesial, tenemos que reconocer que, como los paisanos de Jesús, nos resistimos a la novedad de su mensaje y a la aceptación de su persona. De hecho, la familiaridad con Él puede ser un obstáculo para esa aceptación: nos parece que lo conocemos demasiado bien, que poco puede ya enseñarnos, y que, en consecuencia, tenemos la autoridad para corregir lo que os dice, si es que esto no encaja en nuestros esquemas. Es lo que sucede en el texto que hemos leído hoy: los paisanos de Jesús, más que admirarse de su doctrina, se extrañaron de que les hablara sólo de la gracia, y no mencionara también la venganza, de la que habla Isaías en el texto comentado (cf. Is 61, 2) y que Jesús expresamente omite. Posiblemente, los habitantes de Nazaret (como nos sucede un poco a todos) querían para sí la gracia, y la venganza para sus rivales y enemigos, que bien podrían ser los habitantes de la cercana Cafarnaún. De ahí, el reproche que Jesús les dirige y que desata definitivamente su ira: con frecuencia los lejanos y por completo extraños, como Naamán el sirio, o la viuda de Sarepta, están más abiertos a la acción salvífica de la gracia que los que se consideran cercanos, pero que acaban forzando a Jesús alejarse.
Volver a empezar significa para nosotros tener de nuevo la oportunidad de abrir los oídos y el corazón a la Palabra de Jesús con la confianza de un niño, para adquirir así la sabiduría cristiana que Lucas nos enseña, y que consiste en aceptar el camino de Jesús que lleva a la cruz y a la vida nueva de la resurrección, objeto de nuestra esperanza, como nos recuerda Pablo, pero que está ya operando en nosotros, en la medida en que acogemos a Jesús sin prejuicios y sin condiciones."

(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 3 de septiembre de 2023

DARLO TODO PARA SEGUIR A JESÚS

  


A partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Entonces Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderle, diciendo:
– ¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Eso no te puede pasar!
 Pero Jesús se volvió y dijo a Pedro:
– ¡Apártate de mí, Satanás, pues me pones en peligro de caer! ¡Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres!
 Luego Jesús dijo a sus discípulos:
– El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la recobrará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? El Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos.

"Queridos hermanos, paz y bien. Como cada domingo, la Palabra de Dios nos da pautas para la reflexión. Nos ponemos delante de ella, para que el Espíritu Santo nos vaya llevando hasta la comprensión de esa Palabra que, para nosotros, es vida.
Hay frases que cambian una existencia. A san Antonio María Claret escuchar estas palabras, “¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”, le supuso el comienzo de un nuevo camino, que le llevo a dejarlo todo. Abandonó el mundo de la producción textil, donde podía haber hecho un buen negocio, y se encaminó hacia el sacerdocio. A pesar de las dificultades. Porque escuchaba la Palabra como lo que es, Palabra del Dios vivo. Palabra eficaz. Escuchó esa Palabra que le decía “sígueme”. Se sintió elegido por el Señor. Como los Apóstoles.
Antes que a Claret, Jesús eligió a un grupo de amigos, para que estuvieran con Él. Para que vieran cómo se relacionaba con las personas, sobre todo con los pobres, los niños, las mujeres, los enfermos… Y estar con Él significa no sólo “ver”, sino “vivir” como Él. Fue un largo proceso, hasta comprender lo que de verdad quería Jesús de ellos. Porque es muy fácil pensar como los hombres, y no como Dios. Recordamos como, mientras Jesús les hablaba de la pasión, ellos se repartían los puestos a la derecha y a la izquierda de Cristo. Es humano no querer afrontar las cargas que implica la fidelidad.
Hasta a Pedro le sucedió. “Eso no puede pasarte”. El que acababa de confesar a Jesús como el Cristo, no acaba de ver claro cuál es el final del Mesías. Y Jesús la da la espalda, nada menos, y le llama “Satanás”. Porque a Jesús le parece demoniaco querer ir contra el plan de Dios. Ir contra la firme decisión del mismo Jesús: vivir por y para el Reino. A pecho descubierto. A muerte.
La verdadera decisión que importa tomar en nuestra vida es la firme voluntad y resolución de renunciar a sí mismo y, posiblemente – si tal fuera la voluntad de Dios – hasta la muerte real, hasta la renuncia de la vida corporal ¡Casi nada! Esto es lo que significa seguir a Jesús. En el sentido literal los discípulos le habían seguido a donde Él iba, y habían compartido su vida. Este seguimiento exterior, la acción de ir literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo. Y solo entonces se llega a ser verdadera persona. Porque ser buen creyente no significa vivir sufriendo, sino vivir con el gozo de saber que estás al lado de Jesús.
Todo eso tenía que suceder. No hay otro camino para que se cumpla la voluntad del Padre. Y sabemos que eso era lo más importante para Jesús, encarnar siempre lo que Dios quería para llevar a cabo su plan. Con su propio ritmo, con sus vicisitudes, no siempre con la rapidez que a nosotros nos gustaría. “Vuestros planes no son mis planes, dice el Señor”. (Is 55,8)
En todo caso, el Señor es capaz de seducir. Anda siempre cerca, se manifiesta, se pone a tiro e insiste a tiempo y a destiempo. Quiere vuestra felicidad, que pasa por la fidelidad. Lo más importante es saber si te dejas seducir. Porque el plan del Señor para ti es un plan de salvación, de felicidad. No de esa felicidad que se acaba cuando comienzan los problemas, y problemas habrá siempre. Es la felicidad que da saber que has elegido el bando correcto, que el Espíritu te lleva por donde debes ir, y que Jesús te acompaña en el camino. Es la fuerza de la Palabra, que no dejaba en paz al pobre profeta Jeremías.
Lo que le pasó a Jeremías le ha pasado a mucha gente. Y te puede pasar a ti. El Señor te complica la vida, te obliga a andar por caminos que no tenías pensado recorrer, e incluso te enfrenta a la oposición de la gente. Ahí se prueba nuestra fidelidad. Hay que ser testigos y llevar el mensaje permanentemente. Y es duro. Porque no todos aceptan ese mensaje que la Palabra nos ofrece. Y no a todos les gusta que les recuerden que no siempre actúan bien. El final de (casi) todos los profetas, de antes y de ahora, nos lo recuerda. Mártires de la Iglesia, mártires…
No fue fácil ni para el mismo Jesús. Se trata de conservar, recoger y asegurar definitivamente la vida, o de perder; de la completa destrucción, de la vaciedad y falta de sentido. El hombre tiene ante sí las dos posibilidades. Uno de los caminos es el que conduce a la vida, y el otro el que conduce a la perdición. Una gran paradoja, porque en general, todos queremos conservar nuestra vida. Y aquí se trata no de suicidarse, porque no encontramos el sentido a la existencia. Se trata de que, por saber qué es y Quién es el que da sentido a nuestro vivir, estemos dispuestos a morir por Él. Morir físicamente, o morir a nuestras querencias, deseos, gustos y apetencias. Se trata de ir dejando esas riquezas que, como al joven rico, no nos dejan entregarnos de lleno a la causa del Reino.
No es cuestión de estar ya rozando los límites de la santidad. Se trata de, como nos recuerda la segunda lectura, de transformarnos “por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.” Una tarea que no fue nunca fácil, ni siquiera para los Apóstoles, ni para tantos santos que en el mundo han sido. Una tarea que merece la pena. Al final, el Señor nos dará la paga que merezcamos. Ojalá sepamos vivir de tal modo, que la paga sea la mayor a la que puede aspirar un cristiano, la vida eterna. Discerniendo siempre, preguntándonos cada día “qué quiere Dios de mí hoy y ahora, para que el Reino siga creciendo. Para que yo sea más feliz”. Con la ayuda del Espíritu."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 2 de septiembre de 2023

HACER PRODUCIR LOS TALENTOS

 


El reino de los cielos es como un hombre que, a punto de viajar a otro país, llamó a sus criados y los dejó al cargo de sus negocios. A uno le entregó cinco mil monedas, a otro dos mil y a otro mil: a cada cual conforme a su capacidad. Luego emprendió el viaje. El criado que recibió las cinco mil monedas negoció con el dinero y ganó otras cinco mil. Del mismo modo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero el que recibió mil, fue y escondió el dinero de su señor en un hoyo que cavó en la tierra.
Al cabo de mucho tiempo regresó el señor de aquellos criados y se puso a hacer cuentas con ellos. Llegó primero el que había recibido las cinco mil monedas, y entregando a su señor otras cinco mil le dijo: ‘Señor, tú me entregaste cinco mil, y aquí tienes otras cinco mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’ Después llegó el criado que había recibido las dos mil monedas, y dijo: ‘Señor, tú me entregaste dos mil, y aquí tienes otras dos mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’
Por último llegó el criado que había recibido mil monedas y dijo a su amo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso tuve miedo; así que fui y escondí tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.’ El amo le contestó: ‘Tú eres un criado malo y holgazán. Puesto que sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber llevado mi dinero al banco, y yo, a mi regreso, lo habría recibido junto con los intereses.’ Y dijo a los que allí estaban: ‘Quitadle a este las mil monedas y dádselas al que tiene diez mil. Porque al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará. Y a este criado inútil arrojadlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes.’

"Hoy va de talentos. El término “talento” se refería originalmente a una moneda. Su valor en euros sería de aproximadamente algo más de 300.000 euros. Es decir, un dineral. Primera consecuencia: nos puede parecer que el señor dio mucho a uno, al que dio cinco talentos, y muy poco a otro, al que dio uno solo. Pero en realidad el señor dio mucho dinero a todos. Y más en aquel tiempo, en el que posiblemente se podrían hacer muchas más cosas con 300.000 euros que hoy en día.
Pero vamos un poco más allá. El término “talento”, según la Academia Española de la Lengua, significa: 1. inteligencia (capacidad de entender). 2. aptitud (capacidad para el desempeño de algo). 3. Persona inteligente o apta para determinada ocupación. Y 4. Moneda de cuenta de los griegos y de los romanos. Como se ve el término se ha enriquecido en nuestra lengua castellana. Y se refiere sobre todo a la inteligencia de la persona y a sus aptitudes para hacer diversas cosas.
Así que ya podemos pasar a la siguiente pregunta, que quizá pueda ser nuestra reflexión de hoy: ¿Qué talentos hemos recibido? Porque todos hemos recibido talentos. Unos cinco y otros uno solo. Pero incluso los que han recibido ese único talento, han recibido mucho, como decíamos en el primer párrafo. El primer talento recibido es la vida misma, que se nos ha entregado gratis. Luego están nuestra inteligencia y nuestras aptitudes. Hay a quien se le dan bien las plantas y a quien se le dan bien los ordenadores o las matemáticas o las lenguas o la pintura o… Y todo ha sido recibido gratis. Quizá sería conveniente hacer un listado de nuestros talentos. Y dar gracias por todo lo que hemos recibido gratis.
Pero podemos ir más allá y preguntarnos qué estamos haciendo con esos talentos que hemos recibido. Los empleados de la parábola los usaron de diversas maneras. Unos los pusieron a trabajar e incrementaron su valor. Hubo uno que no hizo nada con su talento. Lo enterró. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Los ponemos a trabajar al servicio del Reino? ¿O quizá los enterramos y los inutilizamos? Me hace recordar el refrán español de que “en comunidad no muestres habilidad”. ¡Qué pena!"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 1 de septiembre de 2023

ESTAR PREPARADOS

 


El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’
Permaneced despiertos –añadió Jesús–, porque no sabéis el día ni la hora.

"El texto evangélico de hoy sigue con el tema de la vigilancia. “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”, dice Jesús al terminar. El tema se ilustra con una parábola ya conocida: la de las diez vírgenes, cinco sensatas y cinco necias.
A primera vista, se me ocurre que estas vírgenes sensatas no son muy solidarias con las cinco vírgenes necias. Desde el punto de vista evangélico, lo suyo habría sido que hubiesen compartido el aceite. No solo eso. Es que además, cuando llega el esposo, pasan todas a la fiesta y cierran la puerta, a sabiendas de que faltaban las cinco vírgenes necias a las que habían forzado a ir a comprar aceite para sus lámparas. Bien le podían haber dicho al esposo que faltaban otras cinco vírgenes y que había que dejar la puerta abierta para que pudiesen entrar cuando llegasen. Pero no, cierran la puerta y las dejan fuera. Casi hasta podríamos pensar que se alegran cuando el esposo, ante sus llamadas desde fuera, dice “No os conozco”. Todo esto ya nos puede hacer pensar en cuál habría sido la actitud más cristiana.
Pero las parábolas no se leen así. No hay que buscar cada elemento o momento de la parábola para darle una interpretación. Las parábolas son cuentos o historias breves con una única conclusión o enseñanza. Sus personajes se pueden portar mal o bien (recordemos la parábola del administrador injusto, por ejemplo). Eso no es importante. Lo que importa es la enseñanza final.
En esta parábola la enseñanza es sencilla y la explicita Jesús en sus palabras finales: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. Cada minuto, cada segundo es importante en nuestra vida y hay que vivirlo a tope. No podemos dormirnos en los laureles. Hay que estar atentos y ser prudentes, tener aceite en nuestras lámparas y dedicar la vida al servicio del esposo. O lo que es lo mismo, al servicio de la buena nueva del Reino. Porque es lo único que vale la pena."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)