Durante todo el tiempo que pasó con ellos, no paró de compararse con los otros. A él nadie le había ayudado, a los demás sí. Aquél tenía una gran facilidad de palabra, él no. El otro había tenido ocasión de viajar, él nunca. Lo que tenía era una mezcla de auto-compasión y auto-desprecio.
Cuando marchó, el joven seguidor preguntó al Anacoreta sobre qué le ocurría a aquella persona.
- En realidad no se acepta a sí mismo y lo hace de forma agresiva, comparándose constantemente con los demás. Estas personas en vez de crecer personalmente, de mirar sus valores y cultivarlos, pierden el tiempo intentando ser como otros, cosa que nunca lograrán. Al no lograrlo se escudan en que a los demás los han favorecido y a ellos no.
Hizo una pausa y prosiguió:
- Pero también podemos caer en el otro extremo auto-aceptarnos de forma pasiva, resignada, condenándonos al inmovilismo. Cuando nos damos cuenta o nos señalan un defecto, nuestra actitud es responder: "Yo soy así". Esta postura tampoco nos permite crecer, avanzar...
- Entonces - preguntó el joven - ¿cuál es la actitud que debemos tener?
Sonriendo respondió el Anacoreta:
- Se trata primero de conocernos. La auto-comprensión es muy importante. Y sólo se realiza en plena libertad, sin mirar constantemente a cómo son los otros, a lo que los otros quieren de nosotros. Se trata de observarnos. De preguntarnos tras una actuación el por qué lo hemos hecho así. Cuestionarnos sobre nuestros sentimientos y nuestras intenciones. Es a partir de este auto-conocimiento que podemos crecer y progresar. Es entonces, cuando los otros serán para nosotros una ayuda, porque no los veremos como competidores, como obstáculos, sino como compañeros de camino...
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