"Jesús se fue de allí a su propia
tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada:
– ¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa
sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el
carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José,
Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús
les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia
tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de
sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él."
Los habitantes de Nazaret se comportaron como seguimos haciéndolo nosotros: etiquetaron a Jesús. Al principio quedaron admirados, pero pronto empezaron las dudas. ¿No es el hijo del carpintero? Y ya no le escucharon más.
Nosotros hacemos lo mismo. Etiquetamos a Jesús y etiquetamos a los demás.
Jesús es aquel que vivió hace dos mil años. Nos atrae lo que nos dicen los evangelios de Él, pero inmediatamente ponemos en duda su persona. O le ponemos la etiqueta de ser celestial inaccesible, o lo dejamos como alguien del pasado, que murió y que sus seguidores le imitan más mal que bien. Por eso no influye en absoluto en nuestra vida. Como ocurrió en Nazaret, no puede hacer "milagros" en nosotros.
Y es que nos gusta poner etiquetas. Lo hacemos todos los días. Aquel es de ese partido. El otro nos habla desde aquella religión. Ese es un anticuado y el de más allá busca solamente lo novedoso. Tanto en el caso de Jesús, como en el de los demás, eso tiene como consecuencia, que nos quedamos contentos en nuestra tibieza, en nuestra mediocridad y no avanzamos. En realidad, este etiquetaje no es sino una excusa para no cambiar. ¡Qué me van a decir esos! Yo ya estoy bien así.
Nos perdemos la profundidad del mensaje de Jesús y nos perdemos la lectura de los signos de los tiempos que nos señalan los demás, por diferentes que sean de nosotros. En la historia han existido personas clarividentes, que han señalado a la humanidad el camino a seguir. Siempre han sido incomprendidas y tachadas de locas, soñadoras, ilusas...Son verdaderos profetas, hablan en nombre de Dios, aunque lo hagan desde presupuestos lejanos a los nuestros.
Sería bueno que nos decidiéramos a tener la mente abierta y escuchar a todos sin prejuicios. A saber reconocer la voz de Dios en todas partes...
Nosotros hacemos lo mismo. Etiquetamos a Jesús y etiquetamos a los demás.
Jesús es aquel que vivió hace dos mil años. Nos atrae lo que nos dicen los evangelios de Él, pero inmediatamente ponemos en duda su persona. O le ponemos la etiqueta de ser celestial inaccesible, o lo dejamos como alguien del pasado, que murió y que sus seguidores le imitan más mal que bien. Por eso no influye en absoluto en nuestra vida. Como ocurrió en Nazaret, no puede hacer "milagros" en nosotros.
Y es que nos gusta poner etiquetas. Lo hacemos todos los días. Aquel es de ese partido. El otro nos habla desde aquella religión. Ese es un anticuado y el de más allá busca solamente lo novedoso. Tanto en el caso de Jesús, como en el de los demás, eso tiene como consecuencia, que nos quedamos contentos en nuestra tibieza, en nuestra mediocridad y no avanzamos. En realidad, este etiquetaje no es sino una excusa para no cambiar. ¡Qué me van a decir esos! Yo ya estoy bien así.
Nos perdemos la profundidad del mensaje de Jesús y nos perdemos la lectura de los signos de los tiempos que nos señalan los demás, por diferentes que sean de nosotros. En la historia han existido personas clarividentes, que han señalado a la humanidad el camino a seguir. Siempre han sido incomprendidas y tachadas de locas, soñadoras, ilusas...Son verdaderos profetas, hablan en nombre de Dios, aunque lo hagan desde presupuestos lejanos a los nuestros.
Sería bueno que nos decidiéramos a tener la mente abierta y escuchar a todos sin prejuicios. A saber reconocer la voz de Dios en todas partes...
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