lunes, 8 de octubre de 2012

EL ANACORETA Y EL PRÓJIMO


Estaban desayunando. Como todos los días habían meditado sobre el Evangelio de la misa. Lucas, en el capítulo 10, versículos 25 a 37, narraba la parábola del Samaritano. En esa parábola Jesús ampliaba la visión estrecha de los judíos, que consideraban solamente como prójimo a los suyos. El Anacoreta dijo:
- Seguimos sin enterarnos de que el prójimo es todo hombre, es el Otro. Esto hace que nuestras relaciones sean cada día más pobres  y que cada día seamos más pequeños.
Tomó un sorbo de leche y prosiguió:
- El otro es un don que nos complementa. Con él puedo compartir y enriquecerme. Alguien de quien puedo aprender multitud de cosas.
Dio un mordisco a la tostada y añadió:
- El otro puede ser también alguien que desde su pobreza, su indigencia, me saca de mi egoísmo y hace que me entregue.
Pasó el azúcar a su joven seguidor mientras decía:
- También existe el otro que, desde su diferencia, me desinstala. hace que me replantee mis ideas, mis convicciones, mi cultura, a mí mismo...
El joven seguidor lo interrumpió diciendo:
- Sí, pero también hay un otro que nos hace daño, que es una amenaza para nosotros...
Sonrió el Anacoreta y respondió:
- Sí, naturalmente. Pero esas personas, como Caín, también llevan en su frente el signo de Dios para que los respetemos. Ese otro nos señala nuestros límites. Nos recuerda que tampoco nosotros somos totalmente perfectos y que también podemos dañar a los demás. Y nos invita a que con nuestro amor les ayudemos a cambiar.
Y siguieron desayunando en silencio...

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