Anunciaban por la televisión una agenda de actos. Muchos de ellos serían multitudinarios. El joven seguidor exclamó:
- Nunca se había reunido tanto la gente y, sin embargo, creo, que nunca se había sentido tan sola.
Asintió el Anacoreta y añadió:
- La sociedad actual nos presenta tantos modelos para construir nuestra identidad, que nos sentimos desorientados y acabamos teniendo un sentido de pertenencia muy débil. El hombre necesita vivir en comunidad, pero nos encontramos ante ofertas tan diferentes, cuando no contradictorias, que se nos hace muy difícil. Y es la comunidad la que marca nuestra individualización.
Cerró la televisión que empezaba a dar anuncios y prosiguió:
- Se realizan actos de masas, pero eso no quiere decir que aumente lo comunitario. Para que un grupo sea comunidad debe compartir. Y las masas no comparten. Están formadas por soledades colocadas unas junto a otras. Personas inseguras, que creen ser fuertes arropadas en la multitud.
Miró al joven seguidor y concluyó:
- Hay que potenciar las verdaderas comunidades. Grupos de personas que compartan reflexionando y luchando por solucionar los problemas que afligen la humanidad. Las masas sólo ocultan el miedo de los individuos y son capaces de hacer las más grandes barbaridades, porque no tienen corazón ni alma. hay que valorar más la dimensión comunitaria de la vida, la verdadera comunidad. La única capaz de crear una sociedad nueva, más justa. La única, en el terreno religioso, que es capaz de hacer llegar el Reino a este mundo...
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