"Luego Jesús dijo a sus discípulos:
– El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la recobrará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? El Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto al Hijo del hombre venir como rey."
Ayer veíamos, que para conocer a Jesús hay que seguirlo. Hay que ser su discípulo, vivir su vida. Hoy nos dice en qué consiste ser su discípulo. La respuesta nos suena muy dura: olvidarnos de nosotros y cargar la cruz. Esto nos suena a inhumano. La clave está en qué consideramos vida y a qué llamamos nuestro yo. No se trata de perder nuestra personalidad, de transformarnos en autómatas. Se trata precisamente de descubrir nuestro verdadero yo, de vivir la vida auténtica. Y esto se hace siguiéndole a Él. Viviendo como lo hizo Jesús, entregándose a los demás, viendo en el otro al prójimo que hemos de amar.
Nuestra sociedad vive una "vida" vacía, ligada al tener y al gozar. Una "vida" en que el otro es un adversario. El que vive así, pierde la vida, porque eso no es la verdadera vida.
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