En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿Os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino." Tomás le dice: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?" Jesús le responde: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí."
Jesús nos indica cómo ir al Padre. Siguiéndole a Él. Él es el camino: la entrega, el amor al prójimo, a los perseguidos, a los pobres, a los débiles. Él es la verdad: su Palabra nos guiará siempre. Él es la vida: en Jesús encontramos las fuerzas para seguir adelante, para luchar, para no desanimarnos pese a las dificultades.
Siguiéndole a Él, llegaremos con toda seguridad al Padre.
"La inminente partida de Jesús deja desconcertados a sus discípulos que, por boca de Tomás, preguntan por el camino que deben seguir. Y Jesús contesta con esta afirmación: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». La palabra «camino» recuerda que no podemos vivir inmóviles, esperando una Salvación caída del cielo, sino que ella consiste en una constante búsqueda humana y religiosa. Los primeros cristianos fueron llamados «Los del camino» en Hechos de los Apóstoles (9,2; 22,4; 24,14.22). El cristiano necesita comprenderse como un buscador, un sin patria, caminando y amando en libertad. La segunda palabra –verdad– afirma que la esencia de la vida cristiana es justamente la libertad de asumir la frágil condición humana con sus límites y potencialidades. Comporta un vivir buscando el querer de Dios hasta alcanzar la plenitud. Y la tercera palabra que emplea Jesús –vida– lleva a mirar siempre hacia adelante, sin nostalgia de lo que queda atrás, contemplando el horizonte que nos espera y que da sentido a nuestra existencia. " (Koinonía)
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