En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.. Esto os mando: que os améis unos a otros."
Jesús nos lo manda literalmente: amaos los unos a los otros como Él nos ha amado. Y no olvidemos que su amor fue hasta el extremo. Dio su vida por nosotros. Si queremos ser sus amigos, debemos hacer lo que nos manda. Y sólo manda una cosa: amar. Todo el cristianismo se resume en el Amor; pero parece que no acabamos de entenderlo.
"Este texto sigue inmediatamente la parábola de la vid y sus ramas, en la cual Jesús expresa la necesidad de estar unidos a él para producir frutos. El término “permanecer” indica la unión estable y fuerte, condición para que las ramas puedan alimentarse de la preciosa vida que la vid proporciona a sus sarmientos y les permite fructificar en abundancia. El cristiano se apaga o se debilita sin su experiencia vital con Cristo: ¡Él es nuestra fuerza y nuestra vida! El fruto que estamos llamados a producir es el amor, pero no cualquier amor, sino uno total, capaz de donar la vida. Esta relación más profunda con Jesús nos saca del anonimato y nos hace sus amigos, porque nos alimentamos de la misma fuente, como lo hacen también los niños de pecho. Aquí está la fuente de la espiritualidad cristiana, por la cual podemos trasformar este mundo en la “civilización del amor”, como dijo el papa Pablo VI; en “la casa común” de fraternidad verdadera y universal, según el Papa Francisco. " (Koinonía)
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