En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."
Jesús nos pide el amor máximo. Que amemos como Él nos ha amado. Y nos ha amado dando su vida, muriendo en cruz, por nosotros. Los cristianos seguimos buscando fórmulas espirituales para no amar. Ritos, penitencias, mandamientos...No nos damos cuenta, que sin amor no valen nada.
"La vida nos recuerda que toda persona está invitada a cultivar la amistad como uno de los regalos más bonitos que puede recibir en la vida. Y en esta ocasión es Jesús quien nos llama a ser sus amigos, no solamente sus servidores. Desde esta afirmación el texto nos remite al tema del amor. Recordemos cómo el amor tiene diferentes expresiones: filial, conyugal, fraternal, sororal, de amistad; cada manifestación en la que se concreta el amor genera sentimientos y emociones nobles que nos dan grados de realización y plenitud humanas. Estamos invitados a posibilitar relaciones comunitarias y familiares no de servidumbre sino de afecto cordial y sincero. Al evangelista le preocupan las relaciones que no nacen del amor y se edifican desde el poder y la desigualdad. Jesús es quien nos llama a fomentar relaciones que, superando las diferencias, nos permitan crecer en la reciprocidad. Esta respuesta agradecida es la que hoy estamos invitados a dar también a la tan maltratada “madre tierra” que nos ama incondicionalmente. ¡Ámate y Ama!" (Koinonía)
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