En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Entonces Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre." Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún
"La transformación de vida en Pablo tiene algo de extraordinario: nunca dejó de ser judío. Lo curioso es que ahora, desde Jesús, reinterpreta sus principios y convicciones. De ser un feroz perseguidor de cristianos, llegará a realizar una síntesis vital de su idiosincrasia judía, en lugar de volverlo fanático, lo abre al amor universal. De verdugo, Pablo se convierte en crucificado: su vida, de ahora en adelante, totalmente dedicada al anuncio de la Buena Nueva, abrirá al encerrado y temeroso cristianismo. Pablo se alimenta del Cuerpo y Sangre de Cristo, con tal profundidad, que renuncia a sí mismo para dejarse “abrasar” (quemar) por ese amor. Este es el significado profundo del pan y de la sangre eucarística que comulgamos. Lamentablemente hemos reducido la Eucaristía a una simple práctica de piedad o costumbre. Ojalá redescubramos su significado profundo, para permitir que ella alimente y comprometa nuestra vida. ¿A qué te invita Jesús en cada Eucaristía en la que participas? ¡«Eucaristiza» tu vida entregándola por amor!" (Koinonía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario