Jesús dijo a sus discípulos: Siempre habrá incitaciones al pecado, pero ¡ay de aquel que haga pecar a los demás! Mejor le sería que lo arrojasen al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer caer en pecado a uno de estos pequeños. ¡Tened cuidado!
Si tu hermano te ofende, repréndele; pero si cambia de actitud, perdónale. Aunque te ofenda siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: ‘No volveré a hacerlo’, debes perdonarle.
Los apóstoles pidieron al Señor:
– Danos más fe.
El Señor les contestó:
– Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podríais decirle a esta morera: ‘Desarráigate de aquí y plántate en el mar’, y el árbol os obedecería.
"A veces los evangelistas crean escenas catequéticas en las cuales Jesús se sienta como Maestro, los discípulos le rodean y él comienza a impartir orientaciones. Lucas hoy no lo dice exactamente así, pero esa es la escena que construye para dar contexto unitario a unas enseñanzas de Jesús que él debió de impartir en momentos diversos. Nos invita a escuchar al Gran Catequista, que hoy brinda tres enseñanzas apenas conectadas entre sí.
Con una hipersensibilidad propia de nuestro tiempo, nos inclinaríamos a ver en la primera de ellas una prevención frente a la posibilidad de echar a perder la vida de un niño. Pero ni aquí ni en Mt 18 se usa la palabra “niño”, sino “pequeño”, término que equivale a débil, a persona que, por carecer quizá de suficiente formación cristiana, pueden fácilmente ser desorientada, o se la puede hacer caer en el camino. Con los débiles debe tenerse un cuidado exquisito. La palabra griega skándalon significa piedra en la que se puede tropezar. La carta de Santiago habla, por ejemplo, del poder de la palabra, con la cual podemos transmitir vida o muerte, ánimo o desencanto; a los seguidores de Jesús les está prohibido esto último. Con una imagen hiperbólica terrible, Jesús prohíbe cercenar el entusiasmo, ganas de vivir, o ilusión en el camino de fe de los demás.
El segundo pensamiento de la catequesis de hoy se centra en la corrección y el perdón. Jesús está formando una comunidad en la que todos tienen una obligación para con el otro: ayudarle a reencontrar la senda certera si la ha perdido. La corrección no es un “echar en cara” o “cantar las verdades” al prójimo, sino indicarle bondadosamente cómo salir del error en que pueda haber incurrido. Y el perdón generoso es distintivo de los de Jesús; en algunos ámbitos del judaísmo (v. gr. Qumrân) solo se conocía el castigo y la excomunión del pecador. Lo de Jesús es diferente, nuevo: una vida deteriorada por una actitud errónea puede ser rehecha, una y mil veces. El seguidor de Jesús es generoso, como su Maestro: ¡perdona siete veces a quien en un día le ofende siete veces! Jesús no pide que se aclaren las cosas y se arreglen los pleitos: hay situaciones humanas tan complicadas que no admiten otra salida que el perdón, la supresión del mal por olvido voluntario. ¡No perdamos tiempo en explicar, aclarar y justificar! Jesús era muy sabio.
El tercer punto de esta catequesis versa sobre el poder de la fe. El tenor originario del dicho de Jesús se perdió al traducirlo al griego: no sabemos si habló de arrancar árboles o montañas (cf. Mt 21,21); S. Pablo debió de conocer la segunda versión, pues habla de “una fe que traslade montañas” (1Co 13,2). Pero eso es asunto menor y lo dejamos para expertos en arameo; de una u otra forma, nuevamente con hipérbole oriental, Jesús enseña que la fe hace posible lo imposible. Y los ejemplos los tenemos al alcance de la mano: dar la vida por otro, como hizo el P. Kolbe en Auschwitz; dejar un ambiente de confort para vivir con los más carenciados, como hizo Teresa de Calcuta…
La petición de los discípulos que precede a la tercera instrucción podemos nosotros colocarla como título a los tres puntos: “Auméntanos la fe”"
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
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