En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
La viuda consiguió justicia por su insistencia. Así debe ser nuestra oración. La de petición tiene mala prensa, sin embargo en el Padrenuestro pedimos. Cierto que no debemos olvidar las otras formas de orar. No sea que el Hijo del hombre nos encuentre sin Fe.
"El tercer evangelista tiene una serie de temas favoritos, entre los que destacan la compasión, el desprendimiento y limosna, la cruz, la oración… y, en general, el seguimiento de Jesús. Mientras que Mateo le presenta como “el catedrático”, majestuoso en su sede y rodeado de discípulos, y Marcos destaca su categoría de redentor que camina hacia la cruz, Lucas dibuja un Jesús modélico, imitable, cuyos rasgos pueden y deben ser copiados por cada uno de los creyentes.
El pasaje evangélico de hoy recoge una exhortación de Jesús a orar sin desfallecer. Y lo hace con una imagen de contraste: compara al Padre, por contraposición, con un juez inicuo. Hasta este desalmado es capaz de oír la súplica perseverante de una viuda ultrajada; “cuánto más vuestro Padre…”, que no es insensible ni perverso. Vale la pena orar, pues hay “Alguien” que nos escucha.
El tercer evangelista presenta ya al Jesús adolescente en la casa de su Padre (Lc 2,49), en el templo, lugar de oración; le presenta igualmente orante mientras es bautizado (3,21); agobiado por los que quieren oírle y ser curados, Jesús se retira a orar en soledad (5,16); antes de elegir a los Doce se pasa la noche en oración (6,12); antes de preguntar a los discípulos qué se piensa de él, se toma también un tiempo de oración a solas (9,18). La transfiguración acontece cuando se ha retirado al monte a orar (9,28); cuando los discípulos regresan de la misión encomendada, Jesús hace una oración de alabanza al Padre por lo que realiza en los pequeños y humildes (10,21). Interrumpiendo su larga oración, los discípulos le piden que los enseñe a ellos a orar (11,1), y él los atiende; de rodillas, en Getsemaní, hace oración de súplica y ofrecimiento al Padre, y con tal intensidad que llega a la somatización, a sudar sangre (22,43). Diríamos que Jesús no sabe dar un paso sin reflexionarlo ante el Padre y consultarlo confidencialmente con él.
El ejemplo de la parábola de hoy es de oración de petición; pero, hemos visto, no es la única que practica Jesús: sabe orar agradeciendo, mostrando disponibilidad… Sin duda oró mucho con los salmos (cita uno desde la cruz: Lc 23,46), el gran libro de oración de Israel, donde hay todo tipo de plegarias.
El tercer evangelista teme por su comunidad, cada vez más alejada de los orígenes y que puede ir perdiendo impulso y entusiasmo. La fe se puede hacer más mortecina y la oración puede parecer inútil para la marcha de la historia, que ya se prevé que tendrá una larga duración. Como pastor, insiste en la necesidad de la constancia, de la huida del aburrimiento o rutina, y se pregunta si cuando vuelva Jesús glorioso encontrará una comunidad de creyentes entusiastas o una caterva de gente tibia y desganada. La advertencia parece escrita expresamente para nuestro tiempo, con su pensamiento débil y su sensibilidad líquida."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
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