sábado, 4 de noviembre de 2023

LOS ÚLTIMOS...LOS PRIMEROS.

 


Sucedió que un sábado fue Jesús a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos le estaban espiando.
 Al ver Jesús que los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo:
 – Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que llegue otro invitado más importante que tú, y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro.’ Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a este sitio de más categoría.’ Así quedarás muy bien delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.

Nuestra sociedad nos impulsa a ser los primeros. A buscar poder, influencia, prestigio...Jesús nos dice lo contrario. Que no significa no hacer nada, ocultarse, ignorar. Significa trabajar por los demás sin esperar premios y reconocimientos. Amar, sabiendo que la recompensa está ya en el hecho de amar. Jesús se hizo el último y fue el primero en resucitar. Este es el ejemplo que debemos seguir. Él curaba, ayudaba, sin esperar nada a cambio. Es más, los fariseos lo atacaban por hacer el bien y decían que lo hacía en nombre del diablo...De los fariseos nadie se acuerda hoy. Sin embargo, todos tenemos como modelo a seguir a Jesús.

"El anuncio de un conocido cosmético asegura: “Porque tú lo vales”. A menudo en nuestra sociedad se dice: “Mereces ser feliz”. ¿Mereces?
Carlos Borromeo tiene una larga de méritos que podría haber aducido para ocupar primeros lugares toda su vida: de familia rica e influyente, con varios doctorados en leyes y en derecho canónico, autor, escritor, conferencista, cardenal, obispo de Milán… Estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, con 740 escuelas, 3,000 catequistas y 40,000 alumnos. Debería estar en el primer asiento, ¿verdad? Ciertísimo, según nuestros baremos de méritos y derechos de reconocimiento.  “Tú lo vales, Carlos; mereces todo lo que se te da”, podrían haber dicho sus contemporáneos. Y de hecho lo decía hasta las más altas esferas vaticanas.
Pero parece ser que Carlos no lo veía de la misma manera. Porque para él, lo importante era la verdad. Y parte de la gran Verdad de Cristo es que ninguno de nosotros “merecemos” nada, por mucho que nos lo digan por activa y por pasiva. Lo que se nos da no es cuestión de mérito y, como nos dice hoy el Evangelio, tratar de apropiárnoslo es una locura que puede conducir—como a menudo lo hace—a la vergüenza y el oprobio. Porque al final la verdad se sabe, viene la luz y entonces pone al descubierto nuestra falta de mérito. Todo lo que se nos da; todo lo que hacemos; todo lo que pensamos; todo lo que sentimos; incluso todas nuestras buenas y buenísimas acciones que a menudo llevan colgadas títulos, premios y reconocimientos según esta sociedad, todo, es gracia de Dios. Así lo vio Carlos Borromeo, que entregó no sólo todas sus posesiones, sino toda su vida, al pueblo al que servía. Como si dijera: “aquí yo soy el último; el primero es Dios al que sirvo en su pueblo”.  Carlos vendió la mayor parte de las posesiones familiares para el beneficio de los pobres, viviendo en total austeridad y pobreza. Se entregó personalmente al cuidado de los enfermos de su diócesis. El no buscar el reconocimiento “merecido” ante tal historial, le valió el reconocimiento de millones de cristianos a través de los siglos.
Carlos había entendido esa verdad fundamental de la total dependencia del Dios único Santo y Señor. El único que decide quién se sienta dónde. Al fin y al cabo, una silla es igual que otra silla. Porque los títulos son papel, los reconocimientos a menudo se olvidan, y las riquezas no van a ninguna parte.  Lo que queda es la mano de Dios que exalta a quien ha entendido esa verdad."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)  

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