Los judíos volvieron a coger piedras para tirárselas, pero Jesús les dijo:
– Por el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de vosotros: ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?
Los judíos le contestaron:
– No vamos a apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo.
Jesús les respondió:
– En vuestra ley está escrito: ‘Yo dije que sois dioses.’ Sabemos que no se puede negar lo que dice la Escritura, y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje. Y si Dios me apartó a mí y me envió al mundo, ¿cómo podéis decir que le he ofendido por haber dicho que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, creed en ellas aunque no creáis en mí, para que de una vez por todas sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre.
De nuevo quisieron apresarle, pero Jesús se escapó de sus manos.
Regresó Jesús al lado oriental del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes bautizando. Muchos fueron a verle y decían:
– Ciertamente, aunque Juan no hizo ninguna señal milagrosa, todo lo que decía de este hombre era verdad.
Muchos creyeron en Jesús en aquel lugar.
"El texto evangélico de este día empieza con los judíos agarrando piedras para apedrear a Jesús (eso no es solo un a reacción furiosa ante sus palabras o hechos sino una auténtica condena a muerte, prevista en las leyes religiosas judías, que destinaba en este caso a los blasfemos –en otro texto de Juan vemos que se quiere aplicar a la adúltera–). Y el mismo texto evangélico termina diciendo que “muchos creyeron en él”.
Por en medio hay una discusión sobre las obras. Jesús no se queda callado ante la amenaza de los que ya tienen las piedras en las manos. Se defiende con el único argumento que se puede usar en una situación como ésa: pone por delante las obras que ha ido haciendo: ha curado a los enfermos, ha acompañado a los que sufren, ha liberado a los endemoniados… Pero parece que no es ése el problema. El problema está en que haciendo esas cosas se pone en el lugar de Dios, porque ha dicho que hace las obras de su Padre. Si su padre es Dios mismo, está diciendo de sí mismo que es hijo de Dios. Y el hijo de Dios es Dios también. Pura lógica. Pero los judíos no están por la labor de aceptar el argumento y siguen intentando detenerlo. Jesús se tiene que escabullir y huir de la amenaza.
Aquellos estaban enfadados y un poco endemoniados. Jesús se les escapaba de sus mentes estrechas. No encajaba en su modo de entender a Dios. Por eso había que aniquilarle, eliminarlo, acallarlo, hacerlo desaparecer.
Pero parece que no todos eran iguales. Algunos tenían el corazón más abierto y más libre de prejuicios. Ponen en relación las obras de Jesús con lo que Juan, reconocido como profeta, había dicho de él. Y creyeron en él.
Conclusión: tenemos que estar abiertos de mente. Es condición necesaria para interpretar las obras de Jesús (y las obras de nuestros hermanos y hermanas) y reconocer la presencia del amor y la misericordia de Dios en ellas. Jesús, sus palabras y sus obras, son el testimonio vivo del modo de ser de Dios. Viendo a Jesús vemos al Padre. Pero viendo a Jesús con los ojos limpios y libres de filtros, prejuicios y otras zarandajas."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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