Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.
Podemos cometer el error de creernos los únicos. Leemos el evangelio de la oveja perdida, leemos el de hoy donde Jesús se refiere a milagros a paganos, Él mismo curo a la hija de una pagana y al hijo de un centurión romana. Pero nosotros, seguimos creyéndonos especiales, dignos de un amor único. Y el Amor de Dios es una Amor universal, a todos. Él sabe, que aquel que está alejado, es el que necesita más amor. Los cristianos no debemos formar un gueto, sino ser abiertos y acoger a todo el mundo. Es el ejemplo de Jesús.
"Hay un denominador común en el Evangelio en los dos ejemplos que pone Jesús a la gente de su pueblo. En los dos se refiere a casos de curaciones del Antiguo Testamento en que los curados fueron personas que no pertenecían al pueblo de Israel. Dicho de otro modo: que no pertenecían al pueblo elegido. Eran extranjeros, paganos, creyentes en otras religiones o en otros dioses.
Me ha hecho pensar en algunas personas que me he encontrado, buenos católicos, de misa frecuente incluso, que me han dicho muy seriamente que las obras de caridad de los católicos se deberían dirigir preferentemente a los católicos en necesidad y dejar de lado a otros, increyentes, musulmanes, etc. Porque “primero tenemos que cuidar a los nuestros”.
En el Evangelio se ve que los que escuchaban a Jesús montaron en cólera. Se pusieron furiosos y quisieron matar a Jesús empujándole por el barranco en donde se alzaba su pueblo. Da la impresión de que se sentían propietarios de la salvación. Ellos eran el pueblo elegido. En realidad, se sentían propietarios de Dios mismo. Sabían cómo debía actuar Dios. Y Dios no podía actuar sino salvando a su pueblo. El resto era gente condenada. O se convertían al judaísmo o no había futuro para ellos.
Pero no es así el Dios de que nos habla Jesús en el Evangelio. Ni siquiera es así el Dios de que se habla en el Antiguo Testamente, el Dios de los profetas. El amor de Dios es universal y nadie escapa de su mano, de su piedad, de su misericordia. Todos somos hijos e hijas suyos. Hechura de sus manos. Queridos y amados. No se adquiere la participación en el amor y la misericordia de Dios por el bautismo. Ni se conserva a base de rosarios o misas o cumplimientos pascuales. Si lo entendemos así, terminamos por imaginarnos un Dios tan pequeño como nuestras mentes.
El Dios de Jesús es más grande que nuestras mentes. Y su amor es, hay que repetirlo y repetírnoslo, universal e incondicional. Por eso, solo cuando los cristianos somos capaces de amar a todos, sin excepciones de ningún tipo, es cuando anunciamos el Dios de Jesús y damos testimonio de él."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
"El Déu de Jesús és més gran que les nostres ments. I el seu amor és, cal repetir-ho i repetir-ho, universal i incondicional. Per això, només quan els cristians som capaços d'estimar tothom, sense excepcions de cap mena, és quan anunciem el Déu de Jesús i en donem testimoni."
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