Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel:
– ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!
María dijo:
Mi alma alaba la grandeza del Señor.
Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava,
y desde ahora me llamarán dichosa;
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia
de quienes le honran.
Actuó con todo su poder:
deshizo los planes de los orgullosos,
derribó a los reyes de sus tronos
y puso en alto a los humildes.
Llenó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,
y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados,
a Abraham y a sus futuros descendientes.
María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.
"En la mitad de agosto, la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Oficialmente desde la proclamación de este misterio como dogma en 1950, aunque la tradición y la fe de los cristianos atestiguan que el hecho ya era celebrado en el s.IV. Las imágenes de la Asunción se han venerado en nuestras iglesias desde hace siglos.
Toda la Liturgia de este día rebosa de gozo. No solo nos alegramos por el enaltecimiento de la Madre de Jesús, sino porque Ella, en su Asunción, nos reafirma en la fe que profesamos en nuestra propia resurrección de la carne, como recitamos en el Credo.
María se nos muestra también como arquetipo de la Iglesia cuerpo de Cristo, vencedora del mal y de la muerte en la imagen prodigiosa del texto del Apocalipsis, repleta de símbolos: “Apareció en el cielo una señal grande…”.
En la Europa que en nuestros días sufre un proceso de descristianización acelerado, pocos conocen qué significan las doce estrellas de la bandera de la Unión Europea. Arsène Heitz, quien diseñó junto a otros la bandera europea en 1955, dijo que su inspiración había sido la referencia a la corona de doce estrellas, del Apocalipsis. Era un católico fervoroso que pertenecía a la Orden de la Medalla Milagrosa. La mayoría de los fundadores de la Unión Europea, Konrad Adenauer, Jacques Delors, Alcide de Gasperi y Robert Schuman, también eran católicos devotos. Puede que hoy sea un buen día para pedir el amparo de Nuestra Señora sobre esta Europa desquiciada.
El Evangelio de Lucas nos presenta el bellísimo cántico del Magníficat. Repetirlo una vez más pidiendo la gracia de comprenderlo es un asentimiento a los misteriosos caminos de Dios que ensalza a los humildes, rebaja a los poderosos y alienta nuestra fe. Es un quitamiedos eficaz cuando observamos el avance del mal en todas sus manifestaciones y nos asusta y desafía nuestra esperanza. Confiemos en Dios. La Iglesia, aunque tal vez retirada al desierto, sigue celebrando esta hermosa fiesta, especialmente en España que festeja a María como patrona en tantas poblaciones. Que la alegría del Señor sea nuestra fuerza."
(Ciudad Redonda)
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