Mientras andaban juntos por la región de Galilea, Jesús les dijo:
– El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; pero al tercer día resucitará.
Esta noticia los llenó de tristeza.
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto para el templo fueron a ver a Pedro, y le preguntaron:
– ¿Tu maestro no paga el impuesto para el templo?
– Sí, lo paga – contestó Pedro.
Luego, al entrar Pedro en casa, Jesús se dirigió a él en primer lugar, diciendo:
– ¿Qué te parece, Simón? ¿A quiénes cobran impuestos y contribuciones los reyes de este mundo: a sus propios súbditos o a los extranjeros?
Pedro contestó:
– A los extranjeros.
– Por lo tanto – añadió Jesús –, los propios súbditos no tienen que pagar nada. Pero, para que nadie se ofenda, ve al lago y echa el anzuelo. En la boca del primer pez que pesques encontrarás una moneda que será suficiente para pagar mi impuesto y el tuyo. Llévatela y págalos.
"El capítulo 17 de Mateo comienza con la transfiguración. El evangelista relata que junto al Señor transfigurado estaban Pedro, Santiago y Juan. No sabemos cuánto de duradera fue la impresión de haber visto a Jesús no sólo como maestro y hacedor de milagros sino como Dios. Es de suponer que aquella experiencia quedó en su memoria para siempre, pero, al parecer, después de aquello continuaron viéndole como humano, alguien extraordinario pero humano. “Se pusieron tristes”, dice Mateo cuando anunció su próxima pasión.
El fragmento siguiente que hoy se nos propone en la Liturgia de la Palabra cuenta un episodio sorprendente: Jesús obtiene, de un modo muy curioso, la moneda para pagar el impuesto del Templo, prescrito en la ley judía desde Moisés.
Pedro se había anticipado asegurando a las autoridades religiosas de Cafarnaúm que el maestro y él mismo cumplirían con la ley. Y se produce un diálogo entre Jesús y Pedro que, además de reafirmar la condición divina de Jesús ofrece una preciosa enseñanza acerca de renunciar a nuestro derecho, para no escandalizar a los pequeños.
El contexto social de este breve relato está claro. Digamos que Cafarnaum es el puesto central desde el que Jesús y sus discípulos recorren la zona predicando y curando. Es una población importante a orillas del Tiberiades en la que Pedro tiene su casa, muy próxima la Sinagoga. Son las autoridades religiosas las que interrogan sobre el sagrado deber de contribuir al sostenimientodel Templo. Es una contribución cuyo sentido último significa “pagar por los pecados”. Es evidente que el Hijo de Dios (que no había pecado y aún más había asumido la condición humana para redimir nuestras culpas) no tenía obligación ninguna de cumplir con el precepto. Sin embargo decide prudentemente no escandalizar a los que ignoraban aún la salvación pero eran destinatarios del mensaje.
Sucede a veces que desdeñamos a la gente que no ha recibido una formación cristiana sólida y su religiosidad se traduce en devociones y prácticas que consideramos infantiles, folklóricas y hasta supersticiosas. Sin embargo, expresan y viven su fe apoyados en esas prácticas. Los cristianos hemos recibido del Señor la misión de predicar… Y se nos pide valentía. Pero también discernimiento para ser, como en otro lugar nos dirá: “sencillos como palomas y astutos como serpientes”, no sea que, en lugar de conquistar corazones para Cristo, escandalicemos con nuestros comentarios “superiores” a aquellos a quienes deseamos atraer al conocimiento y el amor de Cristo."
(Virgínia Fernández, Ciudad Redonda)
Anar i fer família des del més proper del teu COR.
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