Cuando Jesús recibió aquella noticia, se fue de allí, él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente, al saberlo, salió de los pueblos para seguirle por tierra. Al bajar Jesús de la barca, viendo a la multitud, sintió compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos. Como se hacía de noche, los discípulos se acercaron a él y le dijeron:
– Ya es tarde y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.
Jesús les contestó:
– No es necesario que vayan. Dadles vosotros de comer.
Respondieron:
– No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
Jesús les dijo:
– Traédmelos.
Mandó entonces a la multitud que se recostara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a Dios, partió los panes, se los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron doce canastas con los trozos sobrantes. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Este evangelio lo hemos leído muchas veces, pero no ha cambiado nada en nosotros. Nuestra reacción sigue siendo la de los apóstoles: "despide a la gente".
Nuestra cristiana Europa sigue considerando a los inmigrantes como delincuentes, como gente que viene a quitarnos el pan. Y los gobiernos buscan leyes para impedir su entrada y para devolver a sus países a los que ya están aquí.
Jesús nos dice lo que realmente debemos hacer: compartir. Una sociedad que, en vez de buscar el enriquecimiento personal, que buscara el compartir, sería una sociedad en la que todos tendrían lo suficiente para vivir y sobrarían doce canastas. Pero para ello es necesario el Amor. Si no nos consideramos todos hermanos, si no nos amamos, el otro, el diferente, siempre será un enemigo, un obstáculo para nosotros.
El Amor multiplica. Pero nosotros seguimos siendo, por muy cristianos que nos consideremos, unos perfectos egoístas.
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