Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo.
Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:
– ¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre.
Recibir la Eucaristía es hacerse uno con Jesús. El alimento hace que nuestro cuerpo se llene de proteínas, lípidos y glúcidos, la Eucaristía nos llena de Dios, nos llena de Amor y nos da fuerzas para entregarnos a los demás. Nos da la verdadera Vida.
"Los evangelios de todos estos últimos domingos están llenos de olor a buen pan. El Señor nos viene diciendo que Él es el pan bajado del cielo, el pan vivo, que quien come de este pan tiene vida eterna. Y se pregunta uno por qué al Señor Jesús se le llama el Buen Pastor, y nunca ha cuajado el título del Buen Pan o del Buen Panadero. Todo el evangelio huele a pan recién hecho…
– Belén, donde el Señor nació, se traduce por la Casa del Pan
– Cuando Jesús siente pena por la multitud hambrienta lo que multiplica es pan.
– Cuando nos enseña a pedir lo que necesitamos, nos enseña a pedir el pan nuestro de cada día.
– A la pobre cananea le dice que no está bien echar el pan que comen los hijos a los perros y la cananea le rebate que los cachorrillos comen las migajas de ese pan debajo de la mesa
– Y al despedirse de nosotros con la promesa de que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos nos deja su Cuerpo en pan para ser alimento de nuestro camino.
Con el evangelista san Juan, paso a paso recorremos este capítulo sexto. Queda todavía un último tramo, la encrucijada ante la palabra de Jesús. Será el momento de que los discípulos tomen la palabra, y decidan qué hacer. Hoy, todavía es el Maestro el que tiene la palabra.
Vuelve a presentarse como el Pan de vida bajado del Cielo. Y repite las palabras que ya hemos escuchado, “«mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Para entender estas palabras, hay que tener en cuenta toda la vida de Jesús: su camino, su destino, su entrega. Esa entrega fue total, se vació de sí para que nosotros pudiéramos vivir. Comer su carne y beber su sangre es abrirse en la fe a Él, para participar en ese camino, en ese destino, en esa entrega.
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Ahí se nos revela una misteriosa dimensión materna del Señor: lo mismo que la madre, en el seno, da de su propia sustancia al hijo, y lo hace viable; lo mismo que, una vez nacido, lo amamanta con su propia leche, y lo hace más viable; así Él da su propia carne y su propia sangre, y nos va haciendo viables. El hijo recibe de la plenitud de la madre; Nosotros recibimos de la plenitud del Señor. Lo mismo que el hijo ha estado literalmente entrañado en la madre (y la lleva entrañada), nosotros estamos entrañados en Él y hemos de entrañarlo en nosotros (comunión sacramental).
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Jesús no es agua engañosa que no apaga la sed, ni vino que aturde y entontece, ni soledad sin caminos, ni senda perdida o vía cortada.
Esta fue la enseñanza profunda y autorizada que dispensó Jesús en Cafarnaún. Sus características esenciales giran, más que sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en una vida de comunión y obediencia a Dios.
A mi carne, perecedera y destinada a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a través de la carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La vida eterna, la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida sin sombra, sin duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de su carne, que se hace pan para comer. La Eucaristía me pone en contacto con la vida eterna, me permite vencer la muerte y la infelicidad. ¿Qué don puede haber más deseable? ¿Puedo pedir algo que sea más que la vida eterna?
En la Eucaristía está presente todo el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don como acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi vida y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la carne del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva puente para hacer llegar al mundo la vida. ¡Este es el misterio de nuestra fe! La carne es verdaderamente «el fundamento de la salvación» (Tertuliano)."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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