Llamó a los doce discípulos y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Les ordenó que, aparte de un bastón, no llevaran nada para el camino: ni pan ni provisiones ni dinero. Podían calzar sandalias, pero no llevar ropa de repuesto. Les dijo:
– Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis del lugar. Y si en algún lugar no os reciben ni quieren escucharos, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies para que les sirva de advertencia.
Entonces salieron los discípulos a decir a la gente que se volviera a Dios. También expulsaron muchos demonios y sanaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.
Jesús nos envía de dos en dos, es decir en comunidad. Y nos manda sin grandes medios, en la sencillez más absoluta. Es en su nombre como sanaremos del mal y curaremos a los otros. Él nos proveerá de todo. Se trata de que anunciemos a Dios, es decir al Amor. Él hará el resto.
"Después de haber compartido la vida con Jesús, el Maestro envía a sus Discípulos para que predicaran por diversos lugares. Este texto nos ofrece una reflexión profunda sobre la misión, el llamado y la fidelidad a Dios en el servicio a los demás.
El pasaje comienza con la instrucción de Jesús a los apóstoles: «Id y predicad el Evangelio», pero les da ciertas instrucciones específicas. Les dice que vayan de dos en dos, como signo de apoyo mutuo y solidaridad, y que no lleven más que lo necesario, mostrando así una confianza radical en Dios y en la providencia divina. Este aspecto de la pobreza es central, ya que demuestra que la misión no se basa en recursos materiales, sino en la obediencia y en el poder de Dios que actúa en medio de la debilidad humana.
Jesús también les enseña a los apóstoles a ser flexibles y a adaptarse a las circunstancias. Les indica que, si no son recibidos en una ciudad o casa, deben sacudir el polvo de sus pies como señal de testimonio. Esta acción tiene un fuerte simbolismo: al sacudir el polvo, los apóstoles indican que han cumplido con su tarea y dejan en manos de Dios la respuesta de los que han rechazado el mensaje. No se trata de frustrarse ante el rechazo, sino de reconocer que el éxito de la misión está en las manos de Dios, no en nuestras fuerzas o logros personales.
En este sentido, el texto también nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida misionera. Todos somos llamados a compartir el Evangelio en diferentes ámbitos: en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad. Pero, como los apóstoles, debemos tener en cuenta que no siempre seremos bien recibidos. Habrá momentos de rechazo y de incomprensión. Sin embargo, la fidelidad a nuestro llamado no depende de los resultados inmediatos, sino de nuestra disposición a seguir a Cristo y confiar en su gracia.
Además, este envío de los apóstoles no solo implica un mensaje verbal, sino también un testimonio de vida. Al predicar, también deben sanar a los enfermos y liberar a los poseídos por demonios. Este aspecto nos recuerda que el Evangelio debe ir acompañado de acción concreta. No basta con hablar de Cristo; debemos ser sus testigos mediante obras de misericordia, compasión y servicio. La autenticidad del mensaje cristiano se refleja en la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
Finalmente, el pasaje subraya la importancia de la comunidad en la misión. Jesús envía a los apóstoles de dos en dos, lo que resalta la dimensión comunitaria del trabajo misionero. No estamos llamados a evangelizar solos, sino en comunión con otros, compartiendo y fortaleciendo la fe mutuamente.
Hoy, como ayer, somos llamados a ser discípulos misioneros. La misión no es solo para unos pocos, sino para todos los seguidores de Cristo. Siguiendo el ejemplo de los apóstoles, debemos estar dispuestos a salir, predicar el Evangelio, vivir con simplicidad y, sobre todo, confiar en que el Señor nos acompaña en cada paso que damos."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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