De allí pasó Jesús a la región de Tiro. Entró en una casa sin querer que se supiera, pero no pudo ocultarlo. Pronto supo de él la madre de una muchacha que tenía un espíritu impuro; y fue y se arrodilló a los pies de Jesús. Era una mujer extranjera, de nacionalidad sirofenicia. Fue, pues, y rogó a Jesús que expulsara de su hija al demonio; pero Jesús le dijo:
– Deja que los hijos coman primero, porque no está bien quitar el pan a los hijos y dárselo a los perros.
– Sí, Señor – respondió ella –, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos.
Jesús le dijo:
– Bien has hablado. Puedes irte: el demonio ya ha salido de tu hija.
Cuando la mujer llegó a su casa encontró a la niña en la cama; el demonio ya había salido de ella.
Para los judíos el Mesías venía únicamente a salvarles a ellos. Jesús responde siguiendo esta tradición. Pero, el ve la Fe de aquella mujer y le cura a su hija. En otros lugares del Evangelio vemos curaciones a extranjeros. Porque Jesús viene a salvarnos a todos. Ciertamente nace en un Pueblo y actúa principalmente en él. Pero también envía a sus discípulos a ir por todo el mundo a anunciar al Buena Nueva.
"La tendencia a excluir a los otros, a los que son diferentes da la impresión de que ha estado presente siempre en el corazón de las personas. La diferencia se termina viendo como amenaza a nuestra forma de vivir. El que habla diferente, el que tiene unas costumbres diferentes, el que es de otra religión, el que es de otra raza o color, el que… y podríamos seguir estableciendo las muchas diferencias que hay entre las personas.
Las fronteras marcan muchas veces esos territorios en los que nos sentimos seguros. Más allá está lo desconocido. Ellos, los otros, son la causa de nuestros males: del desempleo, de la criminalidad, de la crisis económica, de que no funcionen las cosas en mi país. Para ser sinceros, muchas veces los políticos excitan estos temores para ocultar los propios fallos y hasta para unir al pueblo. Entienden que no hay nada mejor que tener un enemigo común.
Pero el evangelio es para todos, sin excepción, sin fronteras. No puede ser de otra manera porque el amor de Dios o es universal o no es amor ni es nada. El Evangelio de hoy muestra cómo al mismo Jesús le costó un poco salir de sus fronteras, de su mundo judío. Aquella mujer era pagana, era de otro pueblo, de otra tierra. No era judía. Pero el sufrimiento, el dolor, la enfermedad es la misma a todos los lados de las fronteras. Y Jesús no podía permanecer ajeno a ese dolor, aunque hablase otra lengua o fuese de otro pueblo. Y no permaneció ajeno.
Hoy que vivimos un momento en que se pretenden acentuar las fronteras y las diferencias, los cristianos teníamos que ser ejemplos de manos abiertas, de capacidad de acoger al diferente y compartir con él lo que tenemos. Frente a los que criminalizan y excluyen a los diferentes, a los inmigrantes en especial, nosotros deberíamos hacer de nuestras iglesias y comunidades lugares de acogida fraternal, sin pensar en diferencias de religiones, de ideologías, de razas, de nada. Sólo así daremos testimonio del amor de Dios que siempre para todos, que no excluye a nadie, que abraza a todos."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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