El Anacoreta y su joven seguidor paseaban hacia el Monasterio de San Matías en la falda del Tibidabo. Al llegar a las puertas del monasterio de las Hnas. Jerónimas, se refugiaron a la sombra de un pino. Entonces el anciano dijo:
- ¿Ves este árbol? Da sombra a todo el que se cobija en él. No le pregunta si es bueno ni si es malo. No le importa si es guapo o feo, creyente o ateo. Él ofrece su sombra acogedora a todos.
Suspiró mientras contemplaba la ciudad a sus pies y prosiguió:
- Así debe ser el amor. Así es el Amor de Dios, "que hace brillar el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores..."
El joven preguntó:
- ¿Pero cómo podemos llegar a eso?
Sonrió el Anacoreta y respondió:
- No es fácil. Es un camino que debemos recorrer toda la vida; pero te indicaré dos cosas que creo importantes: Hemos de mirar a los otros sin juzgarlos. Hemos de dejar de mirarlos como a buenos o malos, justos o pecadores. Descubriremos que son personas que luchan, como nosotros, para ir avanzando en la vida. Personas que caen y se levantan al igual que nosotros. Y hemos de saber mirarnos a nosotros como seres pequeños, imperfectos y sin embargo amados por Dios. Porque Él nos ama tal como somos. Eso nos ayudará a amar también a los demás tal como son, no tal como nosotros queremos que sean.
Y entraron en la iglesia del monasterio a rezar un rato ante el Señor...
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