"Porque os digo que si no superáis a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo delante de Dios, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que a vuestros antepasados se les dijo: No mates, pues el que mata será condenado.Pero yo os digo que todo el que se enoje con su hermano será condenado; el que insulte a su hermano será juzgado por la Junta Suprema, y el que injurie gravemente a su hermano se hará merecedor del fuego del infierno.
Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda.
Si alguien quiere llevarte a juicio, procura ponerte de acuerdo con él mientras aún estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo."
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El evangelio de hoy es la continuación del de ayer. Hoy nos especifica lo que es cumplir la ley y los profetas. Y empieza por decirnos que no es lo que hacían los maestros de la ley y los fariseos. No es estudiarla ni cumplirla a la letra. Es vivirla. Es buscarle su sentido profundo. Jesús nos pone el ejemplo del quinto mandamiento: no matar. Este mandamiento va mucho más allá. Nos obliga a no ofender. No se trata solamente de matar el cuerpo, si no de no matar el espíritu, de no ofender, de no arrebatar la dignidad del otro.
Jesús nos está indicando que en la base de la ley está el amor. Y ese amor está por encima de cualquier ley, incluso la de rendir culto a Dios. Jesús quiere que dejemos el culto y vayamos antes a pedir perdón, a reconciliarnos. Y añade que debemos arreglar nuestros problemas dialogando, frente a frente y no en los tribunales. El amor y el respeto al otro puede solucionarlo todo.
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