"Ningún discípulo es más que su maestro y ningún criado es más que su amo. El discípulo debe conformarse con llegar a ser como su maestro, y el criado, como su amo. Si al jefe de la casa llaman Beelzebú, ¿cómo llamarán a los miembros de su familia?
No tengáis, pues, miedo a la gente. Porque nada hay secreto que no llegue a descubrirse ni nada oculto que no llegue a conocerse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día; lo que os digo en secreto, proclamadlo desde las azoteas de las casas. No tengáis miedo a quienes pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el cuerpo y el alma en el infierno.
¿No se venden dos pajarillos por una pequeña moneda? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que vuestro Padre lo permita. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza los tenéis contados uno por uno. Así que no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
Si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también yo me declararé a favor suyo delante de mi Padre que está en el cielo; pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en el cielo."
El evangelio de ayer era muy duro. El de hoy es tranquilizador. Jesús nos dice que el bien, tarde o temprano, siempre triunfa. Que la verdad siempre sale a la luz.
Nos anima a ser; porque lo que de verdad cuenta es lo que somos, no lo que aparentamos. Nuestro cuerpo es efímero, pero nuestro espíritu siempre perdurará.
Las apariencias pueden parecer trágicas, pero el Padre está por encima de todo y no nos abandonará. Nosotros sólo vemos lo efímero, lo caduco. Él nos contempla desde la eternidad. Lo qué sí debemos alcanzar es la fidelidad. Si somos los fieles seguidores de Jesús, el Padre oteará cada día el horizonte, a la espera de nuestra llegada y nos recibirá con los brazos abiertos.
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