"No hay árbol bueno que dé mal fruto ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimian uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el
bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal
está en su corazón. Pues de lo que rebosa su corazón, habla su boca.
¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo? Voy a deciros a quién se parece aquel que viene a mí, y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una
casa cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando
creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero no pudo
moverla porque estaba bien construida. Pero el que me oye y no hace lo que yo digo se
parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, sin
cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se
derrumbó y quedó completamente destruida."
El evangelio de hoy nos dice que lo importante no son las palabras, sino los hechos. Las personas se conocen por sus frutos, por lo que hacen, no por lo que dicen. Seguir a Jesús se hace con actos, no con palabras. Y hechos fundamentados sobre roca. Es decir, sobre el amor. Si hacemos las cosas para que nos vean, para quedar bien, para ganar prestigio, tarde o temprano todo se derrumbará. Sólo si hacemos las cosas por amor, perdurarán para siempre. Nuestro fundamento ha de ser Jesús. |
sábado, 16 de septiembre de 2017
FRUTOS Y CIMIENTOS
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