"Al entrar en Cafarnaún, un centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:
– Señor, mi asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles dolores.
Jesús le respondió:
– Iré a sanarlo.
– Señor – le contestó el centurión –, yo no merezco que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi asistente quedará sanado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace.
Al oir esto, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:
– Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, los que deberían estar en el reino serán arrojados a la oscuridad de fuera. Allí llorarán y les rechinarán los dientes.
Luego Jesús dijo al centurión:
– Vete a tu casa y que se haga tal como has creído.
En aquel mismo momento, el criado quedó sanado.
Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. Le tocó Jesús la mano y la fiebre desapareció. Luego se levantó y se puso a atenderlos.
Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas. Con una sola palabra expulsó a los espíritus malos, y también curó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta Isaías: Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades."
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús realizando una de las cosas principales que hizo durante su vida: curar. Lo vemos curando al criado del centurión (otro evangelista nos dice al hijo), a la suegra de Pedro y acaba diciéndonos, que por la noche, cura a muchos endemoniados.
La frase final nos da la clave: Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. Él vino a salvarnos. Y si nosotros queremos ser sus discípulos, debemos hacer lo mismo. Cargar con el mal, entregarnos para que el mundo sea mejor. Luchar por la justicia. Y fijémonos, que de quien alaba la Fe, es de un romano, de alguien que no pertenecía al Pueblo de Dios.
"Si algo nos enseñan los evangelios sobre el ministerio de Jesús es
que él estuvo en los escenarios donde la vida reclamaba sus derechos,
anhelaba dignificación y justicia. Este movimiento existencial del
Maestro fue posible no sólo por su fe en Dios, la coherencia de sus
palabras y la autoridad de sus acciones, sino por su reacción ante la
fe, las palabras y las situaciones de los agobiados y los oprimidos por
el poder político y religioso. Las narraciones del evangelio de hoy de
la curación del hijo del centurión y de la suegra de Pedro evocan este
moverse a compasión de Jesús. La fe recíproca, la palabra compartida y
el gesto interhumano tienen que ser acontecimientos de humanización.
Reivindiquemos la palabra como lo expresa el poeta venezolano Rafael
Cadenas en su poesía: “Que cada palabra, lleve lo que dice. Que sea como
el temblor que la sostiene. Que se mantenga como un latido. […] Debo
llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas”. ¿Tu vida
es “palabra y experiencia de Dios”?"(koinonía).