Regresaban al desierto tras asistir a la liturgia del domingo y comentó el discípulo:
- ¡Cuánta gente había en la bendición de las palmas!
Dejó pasar unos minutos el anacoreta. Luego respondió:
- Sí. Hace dos mil años también había mucha gente. Los mismos que al cabo de pocos días gritaron ¡Crucifícale!
Miró después sonriendo a su discípulo y añadió:
- No quiero parecer pesimista. Pero, ¿vistes cuántas personas, tras la bendición de las palmas, ya no entraron en la iglesia? Para ellos la bendición de las palmas es un recuerdo de infancia que quieren hacer vivir a sus hijos...Simple folklore. Mañana meterán a su familia en el coche y se irán a la montaña a esquiar. Ahí se acabará toda la Semana Santa.
Siguieron un buen rato en silencio. El discípulo preguntó:
- ¿Qué hemos hecho mal?
Suspiró el Anacoreta y respondió:
- Nos hemos olvidado del Hombre...
- ¿?
- Sí. Hemos reducido la religión a dogmas, ritos, deberes, mandamientos. Hemos olvidado que la espiritualidad está en el interior, en el corazón.
Guardó unos segundos de silencio y siguió:
- El hombre necesita descansar. Se merece ir a esquiar en vacaciones. Pero, como no hemos hecho de la religión una vida, en cuanto salimos de la iglesia, Dios desaparece de nuestra vida.
- Sólo nos acordamos cuando tenemos problema. Siempre nos acordamos de santa Bárbara cuando truena - añadió el discípulo.
Y siguieron caminando en silencio hacia la cueva...
¡¡Bendito que viene en nombre del Señor!!
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