El joven seguidor que se jabía retirado al desierto siguiendo al Anacoreta, pasó varios dias intentando hacer un pequeño huerto junto a su cueva. Tras muchas horas de cavar, sus manos se llenaron de ampollas y heridas.
Acudió al Anacoreta y, mientras le aplicaba unos ungüentos de fabricación propia, le dijo:
- ¡Qué importantes son las manos! Gracias a ellas, podemos relcionarnos con el mundo. Sirven para exrendernos, tomar contacto, palpar...Con ellas podemos comer y trabajar. Podemos tenerlas llenas o vacías. Son espaciod de plegaria o de egoísmo. Pueden dar o recibir.
Guardó unos momentos de silencio y prosiguió:
- Las manos son la prolongación de nuestro proyecto. Son las ramas de nuestros ideales. Son los frutos de nuestra generosidad. Son las hojas de imagen bonita y superficial. Son la significación de nuestra multiplicación.
Sonrió dulcemente y, mirando a los ojos de su discípulo, añadió:
- Con las manos expresamos nuestra felicidad o el fuego de nuestra soledad. Manos que saludan. Manos que aplauden y felicitan lo bueno de los demás. Manos que corren para perdonar. Manos que se abren para darse. Manos que quedan en el anonimato cuando hacemos regalos. Manos que se esconden y se avergüenzan. Mnos que miden y guardan lo malo de los demás. Manos que odian, pegan,azotan, hieren, matan...
Miró al horizonte y suspiró:
- Que nuestras manos sirvan siempre para acariciar, para bendecir, para dar, para consolar, para curar...Que nuestras manos sean la prolongación de las manos de Dios...
Auella noche, cuando el discípulo rezó antes de dormir, miró sus manos, las vió llenas de luz. Y de su corazón brotó tan sólo una plegaria:
- Señor, gracias por mis manos.
Señor, gracias por mis manos.
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