lunes, 22 de marzo de 2021

NO JUZGAR

 


En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."

Jesús nos da hoy varias lecciones. La primera, que Dios no quiere que el pecador muera, sino que se convierta. La segunda, que si miramos en nuestro interior, veremos que no somos tan perfectos como creemos. La tercera, que no somos nadie para jugar a los demás. Sólo Dios conoce las razones, las circunstancias verdaderas de nuestros actos. 
"La fiesta de las Tiendas era la fiesta de la luz, porque rememoraba la marcha del pueblo por el desierto, cuando Dios protegía al pueblo del sol inclemente y, de noche, les daba luz. Durante la semana de las celebraciones, los fieles habitaban en las chozas que construían para la ocasión, como una oportunidad penitencial, porque las conectaban con el exilio que había sido el castigo por sus infidelidades. En el marco de esta fiesta se escuchan las palabras de Jesús.
La luz de la que Jesús habla es la que aporta su revelación, él mismo, por sus palabras y obras. El templo, la Ley y el pueblo mismo se entendían como luz para el mundo, que rompe la iniquidad y corrupción del pecado. La luz es la bondad de Dios. El cristiano participa de esa luz desde su bautismo, que ha de mantener viva e irradiar con sus buenas obras. El bien es difusivo. Nos corresponde reconocer, alentar y realizar el bien en toda nuestra existencia. ¿Qué obra de luz realizaremos hoy?" (Koinonía)

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