En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?"
"La sociedad del tiempo de Jesús había desarrollado todo un sistema de valores sociales sostenidos por el honor. Los códigos de honor tienen más que ver con el cómo alguien quiere ser tratado por los demás que con la honestidad consigo mismo, en conciencia, ante Dios. Jesús argumenta que él vive de cara a Dios y no buscando los honores humanos. Muchas veces, el medio social sofoca la libertad de conciencia personal en aras del control social del “qué dirán”. Así acumulamos frustraciones y resentimientos que dañan las ideas que tenemos de nosotros mismos. Una sana autoestima resulta de una personalidad equilibrada y madura. La confianza en sí mismo se construye a base de la afirmación externa pero también de la convicción personal. Así es como crecemos para afrontar con éxito los desafíos que nos saldrán al paso. Démonos el derecho de afirmar nuestras necesidades, de disfrutar lo conseguido con nuestro trabajo, de vernos felices, como Dios quiere vernos. ¿Vivimos de cara a Dios, oyendo su voz y mirando su rostro, o de cara a los demás?" (Koinonía)
Una sana autoestima resulta de una personalidad equilibrada y madura. La confianza en sí mismo se construye a base de la afirmación externa pero también de la convicción personal. Así es como crecemos para afrontar con éxito los desafíos que nos saldrán al paso. Démonos el derecho de afirmar nuestras necesidades, de disfrutar lo conseguido con nuestro trabajo, de vernos felices, como Dios quiere vernos. ¿Vivimos de cara a Dios, oyendo su voz y mirando su rostro, o de cara a los demás?"
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