En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
"Una multitud tras de Jesús. Quizá no era una multitud como la que imaginamos siempre que leemos el texto o vemos en las películas, pero es una escena que se repite: muchas personas lo siguen porque encuentran en Jesús la certeza de liberarse de fuerzas que los oprimen, personalmente –en lo físico, psicológico o espiritual– o comunitariamente. El relato de hoy nos recuerda que no importa la clase o poder del mal (espíritus inmundos); siempre, por la Palabra del Hijo de Dios, podremos liberarnos y regenerarnos. El reto está en la fe y el seguimiento de la causa que libera y humaniza, devolviendo vitalidad; y seguirlo al punto de decir: «no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20). Ser y Hacer como Jesús será la clave, entonces, para resistir férreos ataques del mal, cualesquiera que sean éstos. ¿Qué fuerzas del mal en tu entorno debilitan la vida y la amenazan? ¿Cómo puedes colaborar en la misión de Jesús de sanar y liberar a personas oprimidas?" (Koinonía)
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