En aquel tiempo entró Jesús otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: "Levántate y ponte ahí en medio". Y a ellos les preguntó: "¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?" Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: "Extiende el brazo". Lo extendió y quedó restablecido.
En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
"Un hombre con la mano atrofiada era mal visto en aquella sociedad; se pensaba que era “castigo divino” y, por tanto, rechazado religiosa y socialmente. Quizá este tipo de exclusión era de lo más indignante para Jesús porque desfiguraba el rostro hermoso y profundamente humano de Dios. En un gesto de ira, indignación y desafío pone en evidencia lo poco interesada que está la religión en disponer los corazones para servir a los marginados, especialmente a quienes más vulnerada y amenazada tienen la vida. Con ello, está desnudando el mayor pecado de los “líderes” de aquella época: la incapacidad en la que puede incurrir la persona religiosa reduciendo su vida al cumplimiento de normas y ritos. La propuesta del Reino nos pide encargarnos de las personas despreciadas, oprimidas y olvidadas. ¿Cómo podrías hacer vida esta propuesta de Jesús? Hagamos nuestras las palabras de David: «Este servidor tuyo irá a luchar»; luchemos contra todo aquello que margina, excluye y descuida la vida en todas sus formas." (Koinonía)
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