miércoles, 5 de enero de 2022

LLAMADOS A ANUNCIAR

 



En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.
Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
Felipe le contestó: «Ven y verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»
Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Felipe, después de haber visto, se convierte en anunciador. Comunica a Natanael lo que ha visto. Este, no creerá, hasta, a su vez, haber visto y escuchado a Jesús. 
Este es un deber de todo cristiano: anunciar a Jesús a los demás. Sabiendo que, es el encuentro con Jesús lo que les convertirá en seguidores. Pero nosotros debemos anunciarles dónde encontrarlo. 

"La dinámica entre Felipe y Natanael proporciona un correctivo a la dinámica entre Caín y Abel. Caín odiaba a Abel por su bondad y lo llevó a la muerte. Pero Felipe encuentra a Natanael, comparte la buena noticia y lo lleva a la fuente de toda vida; y con toda probabilidad, se deleita en la alabanza sin reservas de Cristo hacia Natanael. 
La dinámica Felipe-Natanael también puede ofrecernos un correctivo sobre cómo debemos tratar los pecados de nuestros líderes, pasados y presentes, en la Iglesia: reconocer sus fallos (y los nuestros también), acabar con los chivos expiatorios, aprender de los errores, compartir la buena noticia y deleitarnos con la bondad oculta y revelada del otro. Lo mismo se aplica a todos los que nos rodean, dentro o fuera de la Iglesia. Sólo cuando podemos abrazar a nuestros hermanos y hermanas con sus dones y heridas, los amamos verdaderamente a ellos y a Dios." (Ciudad Redonda)

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