En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños."
Dios no quiere que nadie se pierda. Como el pastor va detrás de la oveja extraviada y se alegra al encontrarla. Nosotros condenamos al que creemos obra mal. Él va detrás para recuperarlo y conseguir que se salve. Nosotros, en lugar de condenar, deberíamos rescatar. Ayudar con nuestro amor a que vuelve a los caminos de Dios.
"Estaba con un grupo de jóvenes adultos y surgió el tema del suicidio. Una mujer, católica apasionada, fue especialmente severa en su opinión sobre los que se suicidan. Quitarse la vida, decía, era un pecado muy grave que merecía el infierno. Le pregunté: "Imagina que tienes un hijo. Se suicida. Si tuvieras el deber de juzgarlo, ¿lo condenarías al infierno?". Se quedó callada un momento y dijo: "No, no lo haría". "Dios dice que aunque una madre se olvide de su hijo, él no se olvidaría de nosotros. ¿Estás segura entonces de que Dios condenaría así?" "Nunca lo había pensado así", dijo y se derrumbó. No sabemos cómo juzga Dios finalmente. Pero una cosa sabemos: El Padre de Jesús en el cielo no quiere que perezca ni uno solo de los pequeños." (Ciudad Redonda)
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