En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: "Juan, el Bautista nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?""
Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.
"A Juan el Bautista seguro le desconcierta lo que escucha de Jesús como hombre compasivo y conciliador, pues ha predicado la venida de un mesías exigente y severo. Jesús revela al Dios de la ternura que “se abaja” para dignificar lo miserable de este mundo; volcado hacia lo débil, lo pobre y lo necesitado, busca revertir el orden del mundo. Con Jesús viene la liberación, no la condena. La Salvación viene al mundo en lo considerado pequeño y débil. La respuesta que Jesús da a la pregunta de Juan indica que se está cumpliendo el inicio de una humanidad nueva a contracorriente del “orden-desorden” mundial: «los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios». Y, sobre todo: «los pobres reciben la Buena Noticia». Sin duda, Juan fue capaz de comprender y no quedó escandalizado de ese paradójico modo de actuar del Dios en Jesús; más bien, con su entrega, fue uno de los bienaventurados del Reino. ¿Me sorprendo de tener un Dios así tan cercano y humano? " (Koinonía)
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