En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: "Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos." Pero ella replicó: "Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños." Él le contestó: "Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija." Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
La mujer conmovió a Jesús con su humildad. Es así como debemos acercarnos a Él en nuestra oración. Con humildad, pero con determinación y constancia.
"La mujer descrita en el evangelio camina sola, sin marido, lo que ya le asigna un rol de vulnerabilidad en aquella sociedad patriarcal. Adicionalmente, tiene una hija enferma y atormentada, lo que le hace sufrir de la marginación social y religiosa. La mujer debe postrarse ante Jesús, en una actitud de súplica que reconoce dolor y dependencia que se refleja en la respuesta que da a la negativa de Jesús: me conformo con comer las migajas que caen de la mesa. En nuestras sociedades hoy se nos ha hecho creer que debemos contentarnos con migajas. Los empresarios explotadores nos dicen que pagan salarios justos, pero las familias viven en hambre y desnutrición mientras se engrosan las cuentas de las grandes compañías. Se nos dice que debemos acostumbrarnos a una salud pauperizada, a mala educación, a vivienda insegura y a comida escasa con agradecimiento y felicidad. ¡Compartamos la mesa abundante que da dignidad a toda persona según el proyecto del reino de Dios! " (Koinonía)
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