Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo:
Dichosos los que reconocen su pobreza espiritual, porque suyo es el reino de los cielos.
Dichosos los que sufren, porque serán consolados.
Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos.
Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos.
Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa! Así persiguieron también a los profetas que vivieron antes que vosotros.
Jesús en este evangelio nos dice lo contario de lo que los hombres hemos dicho a lo largo de la historia. Sin embargo, este es su camino. El camino de la humildad, de la sencillez, de la compasión, de la paz...Pero no acabamos de seguirlo. Y este es el único camino. El camino de Jesús. Seguirlo es ser feliz
"¡Esto es una bendición!” “¡Qué felicidad!” Si hiciéramos una encuesta sobre el significado de estas expresiones, podemos imaginarnos con facilidad las respuestas: riqueza (“¡me ha tocado la lotería!”), alegría, saciedad (el “grito de la carne” de Epicuro: “no tener hambre, no tener sed, no pasar frío”), éxito y aplauso social, poder… Pero Jesús, empeñado en llevarnos la contraria, nos presenta un cuadro no solo totalmente distinto, sino contrario, y declara felices a los pobres, a los mansos (que identificamos con los débiles), a los que lloran, a los que padecen hambre y sed, a los perseguidos… No parece el mejor camino para atraerse el éxito social. Sin duda, Jesús sería expulsado de cualquier empresa de publicidad y de cualquier equipo de asesores políticos en campaña electoral.
Pero esto, en el fondo, nos dice que Jesús no es un embaucador, que busca el aplauso a cualquier precio. Y, si lo consideramos detenidamente, caemos en la cuenta de la profunda y revolucionaria verdad contenida en las palabra de Jesús. La idea habitual de la felicidad expresada más arriba, la deseada por todos, es en la práctica cosa de unos pocos, de una élite de privilegiados. Por eso, los que se proponen como modelos de la sociedad, son modelos mentirosos, porque lo que ellos representan no estará jamás al alcance de la inmensa mayoría de la humanidad. El mensaje de Jesús, por el contrario, sí que está abierto a todos son excepción, y especialmente a los que, por diversos motivos, se encuentran exiliados de los estándares habituales de la felicidad.
La nueva ley del Evangelio, expresada en las Bienaventuranzas, no es una lista de nuevas exigencias y mandatos, sino una fórmula de felicidad, que declara que Dios bendice y llama a su salvación a todos, también a los que parecen excluidos de ella, porque esta bienaventuranza es un don, no un concurso de méritos. Y, además, es un don que nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, que, al ofrecernos las bienaventuranzas, nos está ofreciendo su propio autorretrato. Él se ha hecho pobre (y hambriento, y perseguido…), para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9). Pero es que, además, las bienaventuranzas no son un canto a la pura pasividad: los que aceptan a Jesús y la bendición que lleva consigo adoptan las actitudes de Cristo, actitudes que cambian el mundo, porque empiezan por cambiarlos a ellos mismos: la pasión por la justicia, la misericordia que acude a socorrer al necesitado, la capacidad de perdón, la purificación del corazón en las relaciones con los demás, la capacidad de poner paz donde hay guerra y conflicto…
La felicidad plena, como dice Jesús, se dará sólo en el cielo. Ahora estamos de camino hacia esa plenitud, y Jesús nos enseña el camino que nos conduce a ella. Pero de camino empezamos ya a degustar y participar de esa bienaventuranza. Es un camino erizado de dificultades y sufrimientos, pero en el que, como también nos recuerda Pablo, anticipamos el cielo cuando experimentamos el consuelo de Dios y aprendemos a consolar a los que a nuestro lado sufren por cualquier causa."
(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)
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