No penséis que yo he venido a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido. Porque os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra no se le quitará a la ley ni un punto ni una coma, hasta que suceda lo que tenga que suceder. Por eso, el que quebrante uno de los mandamientos de la ley, aunque sea el más pequeño, y no enseñe a la gente a obedecerlos, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que los obedezca y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos.
Jesús quiere que observemos la ley; pero quiere que lo hagamos como Él lo hizo: transformándola en Amor. Viviéndola desde el Amor. Esa Ley que se resume en amar a Dios y amar al prójimo. Haciendo un servicio continuo de nuestra vida.
"Una tentación que afecta casi universalmente a los seres humanos es la de creernos mejores que los demás, apoyados en consideraciones nacionales, culturales, ideológicas y también religiosas. Se trata de un mecanismo de autojustificación por comparación con los otros, y de una forma de autoengaño, porque, en realidad, todos estamos hechos de la misma pasta y, por eso, nadie puede ponerse por encima de nadie. Pero eso no elimina que exista una jerarquía objetiva de valores morales y religiosos, y que los representados por el Evangelio de Jesús (las Bienaventuranzas) estén en la cima de esa escala, de modo que los que aceptan con fe a Jesucristo y acogen esos valores son enriquecidos realmente en su humanidad. Basta con que pensemos en los santos.
Pablo nos da la clave para esquivar la tentación señalada, sin negar por ello la excelencia de la vida cristiana: “No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios”. Y esa capacidad se nos ha dado cuando hemos recibido el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, por el que no nos limitamos a “cumplir” unas normas, sino que vivimos (tratamos de vivir) según el espíritu del Evangelio, de las Bienaventuranzas.
Puede parecer que hay hoy una contradicción entre las palabra de Pablo, que subraya las diferencias entre la antigua ley mosaica y la nueva ley, y las palabras de Jesús, que, lejos de marcar las diferencias, señala la continuidad entre las dos alianzas. En realidad, no hay contradicción alguna, porque la diferencia se da en la misma continuidad: Jesús no ha dejado la antigua ley como estaba, sino que la ha llevado a su plenitud. Los mandamientos de la ley mosaica encuentran su perfección en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo; lo simbolizado por los antiguos ritos y sacrificios se ha realizado de una vez y para siempre en la Cruz de Jesucristo. Mandamientos y sacrificios quedan unificados por el Amor que Dios nos ha manifestado en Cristo, del que hacemos memoria viva en la Eucaristía.
Y si Jesús nos llama a cumplir hasta el mínimo precepto de la ley, no lo hace por un legalismo estrecho y farisaico, sino porque el verdadero amor no actúa “en general”, sino que está atento con delicadeza a los más mínimos detalles y momentos de la vida."
(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario