Jesús dijo a sus discípulos: Siempre habrá incitaciones al pecado, pero ¡ay de aquel que haga pecar a los demás! Mejor le sería que lo arrojasen al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer caer en pecado a uno de estos pequeños. ¡Tened cuidado!
Si tu hermano te ofende, repréndele; pero si cambia de actitud, perdónale. Aunque te ofenda siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: ‘No volveré a hacerlo’, debes perdonarle.
Los apóstoles pidieron al Señor:
– Danos más fe.
El Señor les contestó:
– Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podríais decirle a esta morera: ‘Desarráigate de aquí y plántate en el mar’, y el árbol os obedecería.
Nuestra sociedad no perdona. La mayoría de los problemas, por no decir todos, vienen de no perdonar. Luchas entre naciones, etnias, religiones, están causadas porque hemos firmado la paz, pero no hemos perdonado. Guardamos en nuestro interior un deseo perverso: la venganza.
Perdonar de verdad no es fácil. Diría que casi imposible para nosotros solos. Es la Fe, la verdadera Fe, la que produce prodigios, la que nos ayudará a perdonar de verdad.
"El Evangelio de Lucas, en unos pocos versículos enlaza tres enseñanzas: sobre el escándalo, sobre el perdón y sobre la fe. Parece que no hay un nexo evidente si no es la necesidad de la fe para poner en práctica lo que propone el Maestro. Es necesaria la fe para no escandalizar y para perdonar las ofensas… ¡Hasta setenta veces siete! Una fe que produzca algo tan improbable como una morera plantada en el mar.
No es posible que deje de producirse el escándalo. La palabra escándalo deriva del latín scandalum, tomado a su vez del griego to skandalon, que significa trampa u obstáculo para hacer caer. Siempre podemos, aún sin querer, ser obstáculo, piedra de tropiezo para los demás. Hace bastante tiempo, en la predicación, casi solo oíamos (y temíamos) la atroz condena que pesaba sobre los que dañaban moralmente a los niños. Sabemos que “pequeños”, en las palabras de Jesús no son sólo los de poca edad, sino los menos considerados socialmente. Sin embargo, tal vez hoy, deberíamos tomarlas alguna vez específicamente con relación a los niños.
Aparentemente, en nuestra, llamémosla así, cultura, hay preocupación y cuidado para preservar a los niños de peligros, abusos, maltrato, abandono… Leyes, protocolos, servicios sociales, instituciones educativas, parecen tomar muy en serio el tema y parece que cuanto más se proclaman los derechos más vemos, espantados, como crecen los problemas. Leemos noticias sobre niños abusados, niños con experiencias sexuales prematuras, menores embarazadas, niños con adicciones, menores de doce años que ven pornografía, niños en tratamiento psicológico, con traumas, con tendencias suicidas. Al leer esto y evocar aquellas predicaciones recordé una frase de C.S. Lewis en su obra “La abolición del hombre”: extirpamos el órgano y exigimos la función. En efecto, querríamos una infancia feliz, sana de cuerpo y de alma, educada para desear la bondad, la rectitud, la superación. Al mismo tiempo, aceptamos con resignación o indiferencia un mundo sucio, una ambiente del “todo vale si me apetece”, la permisividad total y complaciente con el mal, quien sabe si para no resultar retrógrados o intolerantes. ¿Cómo exigir las obras de un corazón bueno si no impedimos que este ambiente lo “extirpe”? Podemos escandalizar a pequeños y mayores por nuestros malos ejemplos y también y sobre todo por callar, por no denunciar, por no defender la verdad del ser humano, en resumen. Que no escandalicemos por omisión."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)