Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel:
– ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!
"(...) También era pobre y pequeña María. La Virgen María que, después de ser sorprendida por Dios, se pone con prisa en camino, para ayudar a su prima Isabel. Sin pensar en su pequeñez, en su pobreza, responde a la necesidad que percibe. Como en las bodas de Caná de Galilea. No debió de ser fácil llegar a su destino, por caminos poco seguros y ya esperando a Jesús. Pero lo hizo. A nosotros nos cuesta a veces levantar el teléfono para llamar a un familiar o a un amigo del que hace mucho que no sabemos nada, o cruzar la calle para hacerle la compra a un anciano impedido. Menuda diferencia.
María lo hace todo por fe. Por pura fe. La fe de María la hace feliz, dichosa, bienaventurada. La fe de María no fue intelectual, nacida de una comprensión completa de las palabras del ángel Gabriel. La fe de María fue una fe existencial, nacida del amor y de la confianza en el Dios que le hablaba a través de su mensajero. Así es siempre la fe verdadera, la que mueve montañas y la que hace milagros. La razón no enciende, por sí sola, el fuego creyente del corazón, porque la fe sin amor es una fe fría y arrobada. La fe que nos hace felices es la fe que brota del corazón creyente, la fe que se apoya en esas razones que tiene el corazón y que la razón no entiende, como nos dijo Pascal.
Como hizo María, es bueno que queramos salir de nosotros mismos, que empecemos a andar, a ir hacia los demás. Con el ejemplo de María, en este cuarto domingo de Adviento, cuando ya estamos a las puertas de la Navidad, es bueno que nos propongamos hacer de nuestra vida un camino hacia el prójimo, para ofrecerles ayuda, para llevarles un mensaje de paz. Al final, lo que quedará de nuestra vida, a los ojos de Dios, es lo que hayamos hecho por el prójimo. El egoísmo es una fuerza centrípeta, que nos empuja a caminar siempre en dirección hacia nosotros mismos, mientras que el amor es la gran fuerza centrífuga, que nos empuja a caminar en dirección a los demás.
Dios quiere que también nosotros, como María, vivamos siempre caminando hacia el prójimo, dando a los demás en todo momento lo mejor de nosotros mismos, llevando alegría a nuestros hermanos. Vivir el Adviento como un camino de amor hacia el prójimo es una forma muy cristiana de prepararse para la Navidad. Si Juan personifica la llamada a la conversión, María significa la actitud de fe. María es la mujer que acoge la Palabra y la mujer que entra en las intenciones de Dios. Percibe lo que Dios quiere para ella y lo lleva a cabo. Siempre disponible. Portadora de alegría. Por eso es bendita entre las mujeres. Por eso es un modelo para todos nosotros."
(Alejandro Aguinaco cmf, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario